Opinión
Daquelas risas veñen estes choros

Hace unas semanas, el grupo de investigación ReDiArt-XXI (Artes escénicas, literatura y discapacidad) de la Universidad Carlos III de Madrid me invitó a un seminario de Literatura y Psiquiatría. El síndrome de la impostora apareció nada más confirmar mi asistencia, supongo que para ir metiéndome en materia. Volví a pensar en lo equivocado de mi elección adolescente de estudiar ingeniería, una de las carreras con más futuro de la primera década de los 2000. Tampoco acerté con el tipo: Caminos, Canales y Puertos. El mismo mes en el que formalizaba la matrícula, pero un año antes, Zapatero pronunciaba por primera vez la palabra "crisis". Era julio del 2008; mis amigas y yo comenzamos la universidad en septiembre del 2009. El Plan E se acabaría antes de que saliésemos con el título bajo el brazo buscando el dinero, ya agotado, de las obras públicas.
Quizás porque me siento intrusa en todas partes lo sobrecompenso con una afabilidad exagerada. El día de mi exposición, un par de horas antes, comí con participantes y organizadores. Me senté al lado de un doctor en filología que no había tenido la inconsciente osadía de escribir novelas como yo, y no se me ocurrió otra cosa como tema de conversación que: "¿Y cómo lo estáis llevando en la Carlos III?". Había visto en los medios las manifestaciones y protestas de las universidades públicas contra la gestión de Ayuso, y que el Consejo de Ministros había aprobado la tramitación urgente de un real decreto que endurecía los criterios para la creación de nuevos centros privados. Me respondió: "Mira, mejor no digo nada nada porque me voy a poner a llorar". Me metí en la boca una cucharada de salmorejo e intenté responder con una mirada de empatía. ¿Qué podía yo decirle a aquel pobre profesor titular?
Recuerdo que mis amigas también lloraron cuando supieron que les tocaba empezar la universidad con el Plan Bolonia. Yo no: en Caminos, como en Medicina o en Arquitectura, aún tardarían otro curso más en implantarlo. Eso fue un punto a favor para decantar mi elección: fui de las últimas en terminar una carrera y poder ejercer sin necesidad de máster. Los créditos de una ingeniería no son baratos, unos 1.000 euros por curso en aquella época en Galicia. Mi familia podía pagarlos. A algunas de las familias de mis amigas les costó sudor y lágrimas desembolsar los miles por el máster tras cuatro años de grado. Pero había que hacerlo, porque sin eso no ibas a ningún lado.
Yo misma lo confirmé cuando, años más tarde, me planteé dedicarme a la docencia: o hacía el Máster del Profesorado o no me podía presentar a las oposiciones. El CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica), que duraba 3 meses y no costaba mucho, había muerto a la vez que nacía Bolonia. En aquel 2020, yo ya trabajaba, así que la asistencia a clase obligatoria que se instauró con aquel nuevo plan no era una opción. Miré en la UNED. Había medio centenar de plazas para toda España en la especialidad de matemáticas. No entré, claro. Al final lo hice a través de la privada, no podía permitirme perder un año, sobre todo tras la pandemia. Era una autónoma precaria, ¿qué sería de mí si el mundo decidía volver irse a pique? Pagué 400 euros de reserva, que se me restaron después al matricularme. En total, 5.076 euros, tras hacerme un descuento del 6% por “matrícula temprana”. Fue la más barata que encontré.
Después de aquel salmorejo atragantado, pregunté a algunas conocidas que trabajan en la Universidad gallega qué tal por aquí. "¿Sufrimos infrafinanciación? Sin ninguna duda", respondieron. "Aunque en otras comunidades la situación es más dramática. Además, el profesorado trabaja cada vez de forma más precaria. Tardas muchos años en tener un puesto indefinido". En el caso de la persona que me dijo esto, 13. Algunos de sus compañeros habían terminado yéndose a dar clase a centros concertados porque no les llegaba para vivir. "Un contratado parcial puede cobrar 750 euros. El salario comienza a subir cuando tienes un puesto indefinido y puedes ir sumando los complementos de docencia e investigación". Pero no todo el mundo puede esperar más de una década para eso. Lo que sí me dejan clara es una cosa: "Implantar los grados era imprescindible para formar parte del Espacio Europeo de Educación Superior. Se quería actualizar la docencia universitaria en España, que siempre había sido muy enciclopédica y poco práctica. Luego los resultados no fueron iguales en todas las universidades".
Gente como Carlos Fernández Liria, profesor de Filosofía de la Complutense de Madrid, lleva ya un par de décadas avisando de la que se nos venía encima. En 2012, por ejemplo, afirmó que la matrícula de los másteres estatales se había incrementado un 235%. "Se apostó por la mercantilización de la enseñanza (…) Algunos (...) no dejamos de repetir que si la Universidad se empeñaba en adaptarse a un mercado laboral basura, se convertiría, a su vez, en una Universidad basura. Y ya casi lo hemos conseguido". Esto lo escribió Liria en un artículo para este mismo periódico. Lo tituló Universidad: jaque mate. Hace cinco años de esto.
"Los estudiantes ya se han acostumbrado a la nueva realidad. Un título de Grado no tiene ninguna relevancia sin un rosario de másteres y títulos propios que lo acompañen". Si esto ya lo veíamos las adolescentes en 2009, terminando el bachillerato; si había profesorado universitario avisando por activa y por pasiva; si es bien sabido que la privada (la educación, la sanidad, las eléctricas, lo que sea) tienen en los beneficios económicos el objetivo último de su existencia y no engañan a nadie, ¿cómo es que ahora determinada gente se hace la sorprendida? Hablan de chiringuitos educativos y de que hay universidades privadas que no cumplen con los estándares, pero ¿qué estándares van a cumplir si el informe del Consejo de Universidades no es vinculante? ¿Cómo no pudieron anticipar que pasaría esto, con todos sus másteres y cursos en Aravaca?
Es el mercado, amigo, que diría el filósofo. Yo tengo otra: daquelas risas veñen estes choros. A lo mejor Ayuso sin pinganillo no lo comprende, pero no es la única que debería hacer un esfuerzo por entenderlo.
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