Entrevista a Anna López Ortega, politóloga“Los ultras no están a las puertas del poder, están dentro, marcando el rumbo”
La autora habla con 'Público' tras la publicación de su último libro y cuando se cumple un año de las elecciones europeas que otorgaron a los ultras su mejor resultado.

Madrid--Actualizado a
"Europa es el lugar donde el jardín de Goethe colinda con el campo de concentración de Mauthausen". La cita es reveladora. La pronunció el historiador británico Timothy Garton Ash. Anna López Ortega la recoge en su último ensayo, La extrema derecha en Europa (Tirant Humanidades). La doctora en Ciencias políticas y periodista utiliza esta idea como punto de partida para analizar el giro de los ultras europeos desde el fin de las dictaduras del siglo pasado hasta las últimas elecciones comunitarias. La extrema derecha firmó hace un año su mejor resultado histórico y consolidó su presencia en Bruselas. "No está a las puertas del poder, está dentro, marcando el rumbo", insiste la autora. López Ortega habla en esta entrevista de los marcos en los que se mueve la ultraderecha y explica cómo ha construido su estrategia, cuáles son los riesgos de la normalización de sus discursos y por qué es tan fina la línea que separa aquí al PP de Vox.
Se cumple un año de las elecciones del 9J. Los ultras fueron segunda fuerza y uno de cada cuatro eurodiputados son ahora de extrema derecha. ¿Qué balance hace de estos primeros 12 meses de mandato?
El balance es preocupante. No estamos ante una oleada coyuntural, sino ante una transformación estructural del panorama político europeo. La extrema derecha ha dejado de ser una fuerza marginal para convertirse en un actor central en 20 de los 27 Estados miembros. [Los ultras] lideran gobiernos en Italia, Hungría y Eslovaquia, y participan como socios de coalición o aliados parlamentarios en Países Bajos [hasta hace unos días], Finlandia o Suecia. Y no sólo han escalado posiciones a nivel nacional: la derecha radical ganó en casi la mitad de los municipios europeos en 2024, según datos del Boletín Electoral de la UE (BLUE).
Lo más alarmante es, sin duda, que ya no hablamos de una amenaza externa que presiona desde los márgenes del sistema: la extrema derecha está dentro, dentro de los gobiernos, dentro del Parlamento Europeo, dentro de los marcos del debate público. Las ideas de estas formaciones han dejado de ser impensables para convertirse en aceptables, incluso han sido replicadas por partidos tradicionales, lo que contribuye a su legitimación. El efecto Trump también ha sido determinante: su estilo autoritario y antiglobalista ha servido como modelo para muchos líderes europeos que ahora sienten que tienen permiso para desafiar sin pudor los consensos democráticos.
¿Es exagerado decir que está en peligro el espíritu comunitario?
En absoluto, cada vez son más los discursos que promueven una Europa de naciones frente a la integración y la solidaridad. El 25% del Parlamento Europeo responde a esta visión. Estamos ante una fuerza creciente que puede bloquear iniciativas clave y condicionar la agenda comunitaria en temas tan importantes como el Pacto Verde, los derechos humanos o la gestión migratoria. Lo que está en juego no sólo es el equilibrio de fuerzas, sino las bases del proyecto europeo. La pregunta que debemos hacernos es si vamos a permitir que se erosione desde dentro o vamos a defender activamente una institución democrática, plural y solidaria. La respuesta, como siempre, empieza en las urnas, pero también en las calles, en las aulas y en los medios.
La extrema derecha empezó siendo en muchos países antieuropeísta. Meloni era una de las voces más críticas en este sentido. ¿Cómo explicaría su giro de guión?
El giro de la extrema derecha, que ha pasado de un antieuropeísmo frontal a una postura más pragmática para "reformar Europa desde dentro", ha calado por la constatación de que la salida de la eurozona es impopular y económicamente inviable. [Los ultras] han adoptado la estrategia del caballo de Troya: buscan influir en las políticas europeas y debilitar las instituciones desde dentro. Es importante tener en cuenta que una mayoría ultra en Bruselas pondría en jaque la propia existencia de la UE tal y como la conocemos, desmantelando políticas comunes, erosionando el Estado de Derecho y promoviendo una visión utilitarista y nacionalista que socavaría los pilares de la integración.
¿Y cómo han conseguido estos partidos con agendas claramente antidemocráticas escalar posiciones en el Parlamento Europeo?
La extrema derecha ha crecido a raíz de combinar el descontento social con alianzas estratégicas y con un uso tremendamente efectivo del discurso. Hablamos de partidos y líderes que han sabido canalizar el malestar de amplios sectores sociales —frustrados por la desigualdad, las políticas migratorias o económicas— y traducirlo en un relato emocional, sencillo y polarizante. La lógica del ellos contra nosotros.
Estas formaciones se presentan como la voz de la gente común frente a una élite desconectada, utilizando un discurso populista y nacionalista que cala en contextos de fatiga democrática. Y, además, han sido legitimadas por los pactos con los partidos conservadores. No podemos pasar por alto que desde los ochenta ha habido más de 70 acuerdos de colaboración entre la derecha tradicional y la extrema derecha, lo que ha permitido normalizar discursos hasta entonces impensables. El giro en materia migratoria es uno de los ejemplos más claros. La primera medida de la coalición alemana Merz-Scholz ha sido precisamente derogar la directiva de Merkel para la acogida de personas refugiadas. Esto es una señal inequívoca de que la Unión Europea ha entrado en una nueva era, una era menos solidaria y más restrictiva.
Y a esto tenemos que sumar la desinformación, clave para erosionar la confianza institucional y fidelizar electorado. En resumen, la extrema derecha no ha llegado a donde ha llegado por accidente, sino que ha sabido aprovechar cada grieta del sistema para convertir su marginalidad en poder institucional. Los ultras no están a las puertas del poder, están dentro, marcando el rumbo.
“La extrema derecha es experta en desviar la frustración de las clases populares: en lugar de señalar a las élites económicas o las políticas neoliberales, los ultras dirigen el foco hacia el otro, el inmigrante, el ‘solicitante de ayudas’”.
En el libro menciona precisamente la importancia del factor económico. Es curioso. Esta narrativa suele triunfar sobre todo entre las clases populares, exprime esa idea de guerra entre pobres.
El factor económico es el combustible silencioso de este ascenso. La extrema derecha es experta en desviar la frustración de las clases populares: en lugar de señalar a las élites económicas o las políticas neoliberales, los ultras dirigen el foco hacia el otro, el inmigrante, el solicitante de ayudas. Es una estrategia de división que explota la inseguridad económica y promueve una narrativa de escasez artificial que enfrenta a quienes menos tienen.
El papel de los medios de comunicación —tradicionales y digitales— vuelve a ser aquí absolutamente crucial, y también problemático. La búsqueda del click o de audiencia lleva a muchas cabeceras a amplificar discursos polarizantes y sensacionalistas. Esto incluye la difusión de bulos que refuerzan la idea de que los problemas económicos son culpa de las personas migrantes, de las familias vulnerables, las que necesitan pedir ayudas. Es un error presentar estos discursos como una opinión más en el debate público, sin un escrutinio crítico o sin contextualizar sus intenciones antidemocráticas. La banalización y la falta de contextualización de estas narrativas alimentan directamente esa guerra entre pobres.
¿Cómo se ha establecido el relato de que los gobiernos nos quitan el dinero para dárselo a las personas migrantes o destinarlo a causas sociales? Esto se difunde en plena polémica por el aumento del gasto en rearme...
Ese discurso se ha impuesto porque apela directamente a las emociones, bebe de una falsa idea de escasez, es decir, presenta el presupuesto público como una tarta fija donde, si una parte se destina a las personas migrantes o políticas sociales, automáticamente se quita de sanidad, educación o pensiones. No es más que una falacia económica, pero funciona porque opera en el plano emocional, no racional, y ofrece culpables claros. Es mucho más impactante decir que nos quitan el dinero que explicar cómo funciona un presupuesto público o cómo la inmigración contribuye al sistema de pensiones.
Al mismo tiempo, vemos efectivamente mucha hipocresía: mientras se criminaliza el gasto en políticas sociales, los presupuestos de defensa aumentan de forma exponencial en toda Europa. Lo hacen sin apenas debate. Los votantes toleran miles de millones para armamento, pero cuestionan cada euro destinado a proteger derechos. Este discurso no sólo desinforma, también deshumaniza. Y cuando el miedo sustituye a los datos, abrimos la puerta a políticas autoritarias que dañan la cohesión social y debilitan nuestras democracias.
“El discurso de Vox se ha normalizado en amplios sectores del debate mediático e institucional. Conceptos como inmigración descontrolada, ideología de género o libertad educativa han pasado del margen al centro sin apenas resistencia”
España es uno de los pocos países donde la extrema derecha no avanza al ritmo de Francia, Italia, Hungría o Polonia. ¿Los comportamientos electorales son aquí diferentes?
España representa una excepción –relativa– en el contexto europeo, igual que ocurre con Dinamarca y Malta. Esta excepción ha permitido políticas públicas que amortiguan algunas de las fracturas sobre las que crece en la eurozona el discurso ultraconservador. La extrema derecha ha alcanzado cotas de poder institucional muy significativas en Francia, Italia, Hungría o Polonia. Vox, sin embargo, ha tenido un avance más limitado. Esta diferencia se explica por una serie de factores históricos –la proximidad del franquismo–, políticos –el PP aglutinaba hasta hace poco todo ese electorado– y culturales –un papel activo de la sociedad civil en defensa de los derechos sociales y la diversidad–. Estos tres elementos han actuado, hasta ahora, como frenos parciales.
La extrema derecha, no obstante, está ahí, sería un error caer en el triunfalismo. Vox forma parte de gobiernos autonómicos, su influencia en la agenda del Partido Popular es evidente, y su discurso se ha normalizado en amplios sectores del debate mediático e institucional. Conceptos como inmigración descontrolada, ideología de género o libertad educativa han pasado del margen al centro sin apenas resistencia.
Las encuestas mantienen de hecho la tercera posición para los de Abascal...
Exacto. Vox no crece al ritmo de otras extremas derechas europeas, pero sí mantiene un suelo electoral muy sólido. Los pactos autonómicos con los populares le han servido para legitimarse como actor institucional y colar su agenda. Además, en un contexto de polarización, su discurso radical tiene eco. Vox fideliza a sus bases mejor que el PP.
“Tenemos que renovar el lenguaje político con un discurso inclusivo y con herramientas comunicativas que neutralicen el relato polarizador, tanto en las redes sociales como en la calle. La solución no está en generar más ruido, sino una comunicación clara y empática”
¿Y dónde podemos encuadrar en estos momentos al Partido Popular?
El PP atraviesa una situación compleja. Feijóo ha intentado mantener hasta hace poco un tono más moderado, mientras otras figuras destacadas del partido, como Isabel Díaz Ayuso o Carlos Mazón, adoptan discursos cada vez más próximos a los marcos ideológicos de Vox. A esto se suma el papel de José María Aznar, que busca articular un proyecto para unificar a la derecha española, reconectarla con el republicanismo estadounidense, y restablecer lazos ideológicos e institucionales con el Partido Popular Europeo.
Esta ambigüedad debilita su proyecto y difumina los límites entre conservadurismo y extrema derecha. La presión de Vox no se limita al ámbito autonómico: también exige al PP romper con el PSOE en Bruselas. Los ultras imponen sus condiciones como garantía de la verdadera derecha, como la única alternativa con un discurso claramente antisanchista. Feijóo ha tenido que radicalizar su propio discurso, utilizando términos como "mafia", precisamente por esta presión. El riesgo es claro. La derecha tradicional se está mimetizando con la extrema derecha. ¿Hasta cuándo podrá resistir sin perder su identidad? Esa es la pregunta clave para el futuro del PP español y de muchos de los partidos conservadores europeos.
¿Los pactos autonómicos le han podido pasar factura al PP? ¿Quién ha ganado tras la supuesta ruptura del verano pasado?
La extrema derecha es quien ha ganado aquí. Vox ha logrado imponer parte de su agenda: retrocesos en derechos LGTBIQ+, políticas antimigratorias más duras, ataques contra la memoria democrática o negacionismo de la violencia machista. Pero es que además, cuando han roto los pactos, no han salido debilitados, todo lo contrario: utilizan la ruptura para reforzar su relato. Los ultras convierten cualquier desacuerdo en una oportunidad para polarizar más el debate público, no buscan tanto la estabilidad institucional como imponer su marco ideológico.
La extrema derecha parece que se impone entre las nuevas generaciones, sobre todo entre los hombres. Los ultras venden sus discursos como algo transgresor...
Es cuando menos paradójico que la extrema derecha intente atraer a las nuevas generaciones vendiéndose como transgresora o antiwoke. No tiene nada de transgresor emular posturas racistas, negacionistas o contrarias a los derechos humanos, que tuvieron su culminación en las dictaduras del siglo pasado. Esa transgresión es más bien una falsa rebeldía, una subversión del verdadero espíritu crítico, y se basa en una reacción emocional contra lo que [los ultras] perciben como políticamente correcto, explotan la sensación de libertad al romper ciertos tabúes sociales. Es en realidad una regresión hacia valores conservadores y excluyentes. El paraguas antiwoke es una estrategia maestra para aglutinar frustraciones y presentarlas como una lucha contra la tiranía de lo políticamente correcto.
La amenaza, dice, está encima de la mesa. ¿Es posible dar marcha atrás? ¿Cuáles son las soluciones que propone?
Sí, es posible, pero no tenemos fórmulas mágicas. El asunto requiere voluntad política, firmeza institucional y una ciudadanía activa. Lo digo en el libro, tenemos que fortalecer la democracia, proteger el Estado de Derecho y no ceder ante quienes buscan recortar libertades desde dentro del sistema. El pasado 1 de junio, un tribunal de Berlín tumbó una de las principales promesas de campaña del líder conservador Merz: rechazar a los solicitantes de asilo en frontera. El fallo recordó que estas medidas vulneraban el Reglamento de Dublín y no había base legal suficiente. Las instituciones funcionan cuando se activan para frenar los excesos.
Es vital, además, atender el malestar social. La extrema derecha crece explotando la precariedad, los bajos salarios y el deterioro de los servicios públicos. Recuperar a estas personas implica mejorar sus condiciones y, sobre todo, hacerlas sentir incluidas y escuchadas. Tenemos que renovar también el lenguaje político con un discurso inclusivo y con herramientas comunicativas que neutralicen el relato polarizador, tanto en las redes sociales como en la calle. La solución no está en generar más ruido, sino una comunicación clara y empática. Y por último, necesitamos combatir la desinformación. Esto es fundamental. Es el instrumento propagandístico más efectivo de la extrema derecha, por eso resulta imprescindible fomentar la educación crítica, establecer legislación que regule y sancione la difusión de bulos sin recurrir a la censura, y contar con organismos que supervisen el cumplimiento de las normas éticas en los medios de comunicación. La movilización ciudadana, por último es un pilar irrenunciable para revertir esta peligrosa tendencia.
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