Opinión
Los aranceles de Trump y el test de esfuerzo de la UE


Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM.
-Actualizado a
Y llegó el día anunciado. El día D de la guerra arancelaria lanzada por Donald Trump, bajo el lema de “Día de la Liberación”, que se ha convertido ya, por méritos propios, en la mayor perturbación del orden comercial internacional desde la II Guerra Mundial. El presidente estadounidense anunció la implantación de aranceles a todos los bienes que entran en EEUU. Su plan es establecer un arancel base del 10% para todas las importaciones, y, para aquellos que considere los “peores infractores”, las tasas serán mayores como represalia a lo que Trump considera políticas comerciales injustas. Todo ello lo hace el actual inquilino de la Casa Blanca en estricto cumplimiento del programa electoral que le hizo vencedor en las elecciones de noviembre de 2024, donde abogaba por la necesidad imperiosa de declarar la independencia económica de los EEUU del resto del mundo. Make America Wealth Again.
Así que, y esto es fundamental, Trump se ha puesto manos a la obra y ha lanzado esta ofensiva sobre la base no ya de la necesidad comercial, sino de la emergencia nacional. Es decir, una vez más, la seguridad nacional como elemento determinante del proceso de toma de decisión. Es interesante observar que casi todas las decisiones de calado y de impacto que está adoptando Trump durante estos primeros meses de mandato lo está haciendo apoyándose precisamente en eso: la seguridad nacional. Así lo hizo cuando dio la orden para la deportación de cientos de inmigrantes sobre la base de la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798, sin aplicación desde la II Guerra Mundial y que otorga a los presidentes la autoridad para ordenar la detención y expulsión de ciudadanos de aquellos países con los que EEUU se encuentre en guerra. Los argumentos esgrimidos fueron que se estaba “perpetrando, intentando y amenazando con una invasión o incursión predatoria contra el territorio de EEUU”. Cuando el juez del distrito de Columbia, James Boasberg, consideró que era insuficiente, Trump incumplió el mandato judicial.
De nuevo se volvió a ver la apelación a la seguridad nacional con el tema de Groenlandia. Durante un discurso en el Congreso el 5 de marzo, Trump dijo de manera meridiana que “el control de Groenlandia era esencial para la seguridad nacional y la seguridad internacional”. A continuación, su vicepresidente y señora visitaron la base militar Pituffik. Groenlandia es la puerta del Ártico con todo lo que geoestratégicamente lleva acompañado, como nuevas rutas comerciales o el acceso a tierras raras más relevantes, sin olvidar la disputa, de momento silenciosa, que se está librando por su control en rivalidad con rusos y chinos.
Por tanto, la seguridad nacional es el eje sobre el que la administración Trump articula todo el proceso de transformación del orden internacional que en estos momentos lidera. La imposición de este depredador régimen arancelario conocido en las últimas horas no es más que otro de los instrumentos en su mano para avanzar en su hoja de ruta: intentar detener el declive de la hegemonía norteamericana, que lleva años en proceso ante el aparentemente imparable ascenso del poderío chino. Y eso es en lo que está Trump.
Los EEUU están en estos momentos operando sobre varios ejes de manera simultánea: el interno, el geopolítico, y el económico; y en todos ellos la pauta es exactamente la misma: operar en términos de poder duro. En política interior, con la comodidad de controlar el poder ejecutivo, el legislativo y parcialmente el judicial; en el geopolítico, marcando la ruta para una reconfiguración del mundo en esferas de influencia sobre la base de sus capacidades militares -donde no tiene ningún rival- y de una alianza estratégica de aproximación a Rusia en una suerte de Nixon a la inversa; y en lo económico, replegándose sobre sí mismo para intentar conservar un liderazgo internacional en lo económico con la intención de no perder el paso de una China a la que ve como amenazadora en este aspecto.
Más allá de que estos planes puedan o no salir bien, lo cierto es que su mera mención, cuando no su puesta en marcha, ha dejado al mundo patas arriba. Desde los que decían que no sería capaz de avanzar en esa dirección, a pesar de que todo estuviera en su programa electoral, pasando por aquellos que todavía no creen lo que ven sus ojos. Todos están en estado shock.
Es imprescindible, en estas circunstancias, mantener la cabeza fría e intentar realizar análisis que intenten ver lo que sucede con cierta distancia, aun a riesgo de ser cuestionados. De este modo, lo que empíricamente se observa en el actual contexto internacional es que estos movimientos de EEUU pueden desembocar en un escenario similar al vivido por el Reino Unido con el Brexit. Un decoupling o desconexión, acompañada de un creciente aislacionismo en lo político de unos socios que intentarán no perder sus relaciones en lo económico y lo geopolítico por una cuestión de estricta debilidad.
La UE, en este sentido, se enfrenta al reto de demostrar su resiliencia económica y las capacidades de su poder regulatorio en lo económico, al tiempo que toma conciencia de su dependencia en el ámbito de la seguridad y la defensa. Una dependencia que EEUU se encarga de agravar estrechando su colaboración con la Federación Rusa para alcanzar los objetivos geopolíticos que persigue. Un Nixon inverso, pero también el incremento de la dependencia militar y energética de los europeos. La política arancelaria de Trump, mucho más que la geopolítica, es el test de esfuerzo al que va a ser sometida la UE, puesto que es justo la pata económica y comercial la que, en teoría, tiene mas fuerza e instrumentos que le permiten dar una respuesta a este tipo de amenazas y donde Bruselas se siente más cómoda. De cómo se responda dependerá también la ulterior evolución del propio proyecto europeo, si hacia más Europa o hacia una Europa más dividida.
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