Opinión
Los idiotas


Por Silvia Cosio
Licenciada en Filosofía y creadora del podcast 'Punto Ciego'
Cuando era adolescente todavía había gente que creía que Charles Manson era un icono cultural. En cuanto te descuidabas ahí estaba el tipo, en la portada de alguna revista con ínfulas, mirándote fijamente con esos ojos de idiota y la esvástica grabada en el entrecejo. También solía aparecer de vez en cuando en la televisión, y no era raro que el entrevistador se pasara todo el rato haciendo gestos y poniendo cara de intensito mientras Manson iba soltando majaderías y naderías pavoneándose orgulloso de la atención -una vez más- que le prestaban señores y señoras muy intelectuales y respetados.
No nos olvidemos, por ejemplo, del rol de Joan Didion en todo este circo comprándole vestiditos a Linda Kasabian, la “chica Manson” que estuvo presente en los dos crímenes más famosos de La Familia y que logró salirse de rositas. Todo este asunto con Manson siempre me ha resultado profundamente enervante. Manson, aquel tipo bajito que se escondió asustado dentro del mueble de un lavabo cuando la policía fue a detenerlo, era en realidad un proxeneta que golpeaba y prostituía a chicas jóvenes y adolescentes -esto, por lo que sea, los señores y las señoras intelectuales que tanto amaban explorar su mente nunca lo solían mencionar- y el instigador de al menos nueve asesinatos, aunque a La Familia se le han atribuido veinticuatro, un par de ellos en complicidad con la Nación Aria y un intento de magnicidio, el del presidente Gerald Ford, siendo el crimen más conocido el asesinato de la actriz Sharon Tate, que estaba embarazada de ocho meses y medio. Y sabiendo todo esto durante décadas nos intentaron convencer de que Manson era un icono, un símbolo y alguien a quien admirar, estudiar y prestar atención.
Pues siento mucho tener que deshinchar esta burbuja pero Manson no era más que un psicópata manipulador, un racista, un chulo sin una sola idea original en su cabeza de chorlito, pues robó de otros chiflados cada bobería que salió de su bocaza, y un chivato que tuvo la habilidad de saber controlar a un grupo de chicos y chicas de clase media, muy perdidos en la vida, pero sobre todo muy idiotas, mediante las drogas, el sexo, el aislamiento y matándolos de hambre.
En su mejor momento, La Familia Manson no llegó a superar los cien miembros, muchos de los cuales eran niños y niñas desnutridos y llenos de piojos, cifra que queda muy lejos de otras sectas de la época, como la de Jim Jones, porque ni siquiera en esto demostró ser bueno. Y a pesar de todo, este grupo de idiotas fueron capaces de cometer crímenes tan horribles como los de Cielo Drive y los del matrimonio LaBianca, porque nunca deberíamos menospreciar el poder de destrucción que tiene la estupidez humana.
Mucho se ha escrito sobre la banalidad del mal y sobre cómo esta ola reaccionaria con manierismos fascistas se ha hecho fuerte gracias, principalmente, a que durante décadas hemos ido repitiendo de manera machacona el mantra de que si queremos prosperar y ser algo en la vida -sea esto lo que sea- los buenos sentimientos son una debilidad. Para ser un ganador hay que ser mala gente, hay que competir con todo el mundo hasta anularlos porque no hay compañeros, solo competidores.
Hemos transformado el sistema educativo en una carrera para alcanzar unas notas de corte por las que hay que pugnar con el resto del alumnado para acceder a unos estudios universitarios cuyo valor social está asociado al prestigio y no a la vocación, y donde la Teoría de la Evolución y la Historia del Arte conviven con la teología del emprendimiento y la joven empresa europea. Las loas al individualismo narcisista, amplificadas por unas redes sociales solipsistas, equiparar el peso de una verdad científica con la opinión o el prejuicio de cualquiera porque esa evidencia nos viene mal, la obsesión por monetizar hasta nuestra intimidad más privada...
Todo este esfuerzo se ha visto recompensado en un momento de cambio de ciclo político e histórico crítico. Y una parte de la sociedad se ha creído toda esta propaganda malista hasta el punto de alardear públicamente de ser mala gente. Lejos quedan ya los tiempos en los que soltar mierdas racistas, alegrarte del mal ajeno o esparcir odio contra otras personas en público estaba mal visto. Una vez perdido este pudor ético ya solo queda poner la alfombra roja para que se pasee por ella la mezquindad disfrazada de coartada política.
Sin embargo, se ha desatendido la otra pata que sostiene este banco reaccionario y atrasista que llamamos actualidad política: la absoluta y desvergonzada exhibición que están haciendo parte de las élites políticas y económicas que nos gobiernan de ser unos auténticos idiotas. La “charliemansificación” de la política se ha adueñado de la esfera pública. Las performances y las amenazas, el despliegue de mala educación, racismo, palabrería e ignorancia ya no pasan factura a los políticos, comunicadores o empresarios que las lucen sin recato, al contrario, se han convertido en su principal baza electoral, en el fundamento de su éxito. Lejos de ser un disfraz con el que adular y convencer a sus fans o electores -la falsa humildad del rico y poderoso que quiere hacerse pasar por un ciudadano sencillo- me temo que lo que nos están mostrando es pura e innata estulticia.
Si alguna lección pudimos extraer provechosamente de la Historia reciente es que el antiintelectualismo era uno de los alimentos favoritos del fascismo. Al menos una parte de la reacción y de los imitadores modernos de los camisas pardas lo siguen teniendo claro. La obsesión que desprenden los discursos reaccionarios por la supuesta pérdida de la excelencia educativa, por la falta de respeto del alumnado actual hacia la autoridad del profesorado o la obsesión acrítica contra las pantallas acaban siempre derivando en debates que exigen rebajar la edad obligatoria de escolarización como solución mágica, pero lo que están pidiendo en realidad y sin tapujos es volver al modelo en el que a los catorce años una parte importante del alumnado era expulsado de la educación pública y, de paso, de la sociedad y las esferas donde se esperaba que pudieran llegar a ser algo en la vida.
Los discursos antielitistas que pretenden enfrentar la cultura, caricaturizada como una actividad pretendidamente difícil para las masas, compleja y alejada de sus gustos, frente al entretenimiento accesible para todos los públicos, resucitan debates muertos en una sociedad donde la frontera entre ambos hace décadas que se ha borrado y en la que internet nos ha abierto las puertas a todo tipo de contenido cultural, pero sobre todo enmascaran un proyecto político y social en el que el pensamiento crítico y el buen gusto han de ser borrados, no porque así sea más fácil controlar a las masas sino porque así es más sencillo que los tontos que han tomado el control de la nave nodriza pasen desapercibidos.
Esta banalidad y jactancia de la estupidez es la que encarnan a la perfección Trump, Musk y la secta MAGA que los sostiene, vitorea y aplaude. Como Charles Manson, Trump y Musk repiten un discurso lleno de naderías, magufismo anticiencia, racismo y teología neoliberal que ni siquiera es de cosecha propia. En menos de cuatro meses han conseguido llevar al país, y con ello arrastrarnos al resto, al borde del abismo: la recesión económica asoma la patita con la guerra arancelaria travestida de épica nacionalista, el sarampión arrasa la salud y la vida de cientos de niños cuyas familias exhiben en público y sin complejos la irresponsabilidad y la ignorancia que está poniendo en peligro la vida de sus hijos.
Se están saltando el procedimiento debido y cargándose la libertad de expresión para acallar las voces críticas con Israel y el genocidio del pueblo palestino, llevando a cabo extradiciones masivas que violan mandatos judiciales y convirtiendo en un infierno la vida de las personas trans. Están haciendo todo esto con alardes públicos y exhibiciones de mal gusto y estupidez mientras Putin se ríe en su (nuestra) cara y Europa responde resucitando el mismo discurso belicista que a punto estuvo de destruirla.
Como en el caso de Charles Manson, supongo que llegará el día en que despertemos y nos demos cuenta de que hemos caído bajo el embrujo de una panda de resentidos y mediocres sin una sola idea original en sus cabezas de chorlito. Solo espero que tras su paso no lo hayan arrasado todo o quemado todos los puentes y podamos resurgir de los escombros de lo que una vez fueron esas democracias liberales que tanto les molestan. Porque si bien es verdad que nunca deberíamos menospreciar el poder de destrucción que tiene la estupidez humana, tampoco debemos ignorar nuestra capacidad de volver a ponernos en pie y empezar de nuevo.
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