Opinión
Contra los que se enseñorean del mundo
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Profesor de Ciencia Política en la UCM
-Actualizado a
En la democracia griega clásica, el orador forense, que era el ciudadano que hablaba en un juicio, reflexionaba sobre el pasado y, por tanto, sobre lo que era bueno o malo, mientras que el orador que hablaba en la Asamblea, el verdadero órgano democrático de la polis, hablaba sobre el futuro y, por tanto “sobre lo que concernía a lo conveniente o inconveniente”. (Mogens H. Hansen, La democracia ateniense en tiempos de Demóstenes, Capitán Swing). La Asamblea estaba compuesta por unos 6000 ciudadanos de los 30.000 con derecho, donde no estaban las mujeres, los esclavos ni los metecos -extranjeros radicados en la ciudad- y era el verdadero órgano democrático. Miraba hacia delante. Ambos rethores buscaban persuadir a la gente y lograr su voto. Hoy, la izquierda, parece un orador forense que sólo habla con el pasado y, por tanto, cae constantemente en el juicio moral. Se le ha olvidado que el pueblo en la plaza pública es el fundador de la democracia. Recordatorio: apenas un 20% de los 30.000 ciudadanos participaba en las asambleas. Para que no nos quejemos tanto.
Claro que la izquierda es más moral que la derecha. La moralidad tiene que ver con el comportamiento con los demás, basado en la reciprocidad. Gustavo Petro resumía hace poco esta idea recordando que la izquierda habla a la universalidad de los seres humanos, mientras que la derecha solo habla a los “suyos”. En lo mismo insiste Pepe Mujica (al que quieren convertir en una mascota de una democracia desdentada que ya no muerde, como pretendieron hacer con Mandela del que ocultaron su pasado en la lucha armada). La izquierda siempre está disconforme, cuestiona lo que existe y tiene que asumir también cuando la critican.
Una de las explicaciones de por qué el mundo griego desarrolló la democracia, entregándole a las mayorías pobres la misma decisión que hasta el momento habían tenido solo los propietarios, fue evaluar que los conflictos que podían desarrollarse dándole a esas mayorías el poder eran menores que los conflictos que iban a desatar las élites si se hacían con el poder en un contexto de crisis. Ahí está Trump, sin contrapesos. Se huele el desastre. Las soluciones extremas, dar el poder a las elites en vez de al pueblo en contextos de ruptura del orden social, suelen terminar con los dirigentes saliendo del país, ejecutados y habiendo arrastrado a su nación.
Recuerdo que, en el colegio, todos los profesores nos recomendaban dedicarle media hora más a su asignatura que a las demás porque era “la más importante”. Al final, había que dedicarle media hora más a todas las asignaturas, con lo que no hubiéramos tenido tiempo para lo verdaderamente relevante, que era echar un partido de fútbol a la salida de clase.
En los primeros años de casi cualquier carrera se suele contar algún chiste que, supuestamente, resumiría el sentido último de la materia. Los economistas narran la historia de tres náufragos, un economista un químico y un físico en una isla. Tienen una lata de sardinas, pero no tienen abrelatas. El físico sugiere tirar la lata desde una palmera; el químico rodear el borde con agua de mar para que se oxide y poder saltar la tapa. El economista, inútil, dice: imaginemos que tenemos un abrelatas…
En ciencia política contamos a los primerizos que los dioses se reúnen a ver quién es el más importante. Todos se jactan de haber sacado al mundo del caos. El de la matemática con sus ecuaciones, el de la física con sus reglas, el de la química con sus fórmulas, el de la biología con sus células… Habla entonces el dios de la política y dice: ya, ya, está muy bien, sois todos muy importantes, pero ¿quién inventó el caos?
El mundo no puede mirar hacia atrás porque se convertirá en una estatua de sal. Ser conservadores es una ilusión intelectual de estetas. No podemos tampoco mirar al futuro porque no hay pistas y está demasiado abierto, las mayorías votan a la extrema derecha en demasiados sitios, no basta dedicarle media hora a todas la materias porque la Inteligencia Artificial se lo sabe mejor, nadie en su sano juicio volvería a primero de carrera… ¿Entonces?
Es mentira que cuanto peor mejor. Ahí están los canallas que vuelven a ser elegidos pese a dejar un reguero de cadáveres. En un nuevo mundo, hay que repensar todas las herramientas. La Inteligencia Artificial nos lleva al infierno o, quizá, nos saca de este purgatorio. Ni el estado ni los partidos políticos van a ser los mismos en el siglo XXI. ¿Los está repensando la izquierda? Elon Musk tiene una solución de la mano de la IA: dinamitar el Estado y hacer inútiles los partidos políticos. Lo entiendo, porque él vota todos los días. Y le molesta que tú votes cada cuatro años. Cualquier disidencia les molesta. Por eso atacan a los débiles: para que no protesten. Cuando acumulas tanto poder, baja mucho tu capacidad de tolerancia. Todo lo que esté por debajo de viajar a Marte les parece vulgar. Es tiempo de odiar a los ricos. Se las buscarán para decir que eso es un delito de odio.
El optimismo trágico del buen diagnóstico, el pesimismo esperanzado de quien no tira la toalla… Porque si nos quedamos en el pesimismo y la tragedia, ya nos han derrotado. Y nos pueden vencer, pero no derrotar. Porque el vencido sirve para otra pelea, aunque la de otro u otra. Pero de la derrota solo queda tierra estéril.
El mundo está feo ¿quién lo puede dudar? Pero lo ha estado en tantos momentos de la historia… El problema es que se nos olvidó. Es lo que pasa cuando los spin doctor son más importantes que los ideólogos. Todo regresa como farsa. Especialmente los espectáculos. Por eso no está todo en los medios de comunicación. Son condición necesaria pero no suficiente. Sus estudiosos nos dicen: dedicadle media hora más que es lo más importante… Pero sin bajar las cosas a tierra son humo y éter.
Demasiadas cosas invitan a que tiremos la toalla. Recuerdo a Willy Brandt quejándose, años después, por no haber tomado las armas en 1933, cuando von Papen disolvió el Land de Prusia, decisión que allanó el camino a los nazis: "es verdad que nos habrían destrozado, pues los stahlhelm estaban mejor armados y tenían el apoyo del ejército", escribió en Mi camino a Berlín el que terminaría siendo Canciller alemán, "pero le habríamos hecho saber a Hitler que no todos los alemanes estaban con él, le habríamos dicho al mundo que no todos los alemanes éramos nazis y le habríamos dicho a las generaciones futuras que no todos sus antepasados habían abrazado la locura del nazismo".
La lotería, los reality show, la comida basura, las series alargadas y la mala literatura, nos lo ponen difícil. Porque si pensamos en Gaza, las guerras en África, en Oriente Medio, las desigualdades, el maltrato a la inmigración o las medidas a favor del calentamiento global, nos faltaría directamente el aliento. Pero si uno mira en la historia e identifica en el pasado lados correctos y lados incorrectos, tendrá que concluir que ahora ocurre lo mismo.
No hace falta ser perfecto. Cargamos errores, contradicciones e inconsistencias. Pero hay una ligera brújula que se parece a aquella recomendación de Italo Calvino en Las ciudades invisibles, cuando nos invitaba a reconocer lo que no es infierno en el infierno. En otras palabras, basta intentar no pertenecer, de ninguna manera, a los que vuelven a allanar la llegada de los que pusieron de rodillas a la humanidad y a la piedad, a la misericordia y la clemencia el siglo pasado. No se trata de ser héroes ni seres excelsos. Pero saber que, a veces por exceso y a veces por defecto, estamos volviendo a invitar a hacerse aún más importantes a los que ya han desterrado la compasión y quieren enseñorearse del mundo.
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