Laura Bates: “Las redes sociales se han convertido en una máquina de radicalizar a hombres”

Por Lídia Penelo
Redactora de Públic.
La escritora británica Laura Bates lleva más de diez años dedicada a investigar el sexismo cotidiano. De hecho, es una de las mayores expertas en comunidades misóginas en la red, a las que conocemos como machoesfera. Bates es la autora de la obra Los hombres que odian a las mujeres, que publica en España la editorial Capitán Swing, donde desvela los mecanismos de estas comunidades misóginas extremistas que también integran lo que conocemos como comunidad incel. Lo que cuenta Laura Bates no es ciencia ficción, por crudo que suene es el mundo en el que vivimos.
¿Qué la llevó a abrir la web de 'Sexismo cotidiano' para recoger testimonios de víctimas de violencia sexual?
Fue en 2012 tras haber tenido una semana terrible. De una forma muy agresiva, un hombre me siguió a casa acosándome sexualmente. Poco después sufrí una agresión sexual en un autobús por parte de un hombre que estaba sentado a mi lado; la gente del autobús se dio cuenta y nadie hizo nada. Y unos días más tarde, iba por la calle y un grupo de hombres se puso a hablar de mis pechos. Y, de repente, me detuve a pensar en todo eso. Probablemente si no me hubiera pasado todo en la misma semana no le habría dado más vueltas. Es algo muy normal y fue esa normalización la que me empujó a hablar con otras mujeres sobre si les había pasado algo así, y sus respuestas fueron totalmente increíbles. Había tantas historias, y no de cosas que les habían pasado hace años, sino recientes, o cosas que sufrían a diario en el trabajo. Cuando empecé a hablar del tema, había quien me decía que ya no hay sexismo, y ya ves…
Sostiene que estos colectivos de incels se han vuelto más agresivos como reacción al fortalecimiento del movimiento feminista.
Es cierto que estos colectivos han surgido como una especie de represalia contra este perfil más público del feminismo y de otros movimientos de justicia social, pero creo que es muy importante no culpar al feminismo de ello. Creo que es la respuesta a un retrato muy irresponsable del feminismo en los medios que presentan al movimiento feminista como una caza de brujas, o dicen que el feminismo se ha pasado de frenada… Todo eso hace que el feminismo se vea como una amenaza para los hombres y es muy triste, porque el feminismo puede ayudar mucho a los hombres.
De todo lo que aporta en el libro Los hombres que odian a las mujeres choca constatar el hecho de que se normalizan un sinfín de conductas y pequeños actos de agresión sexual…
Creo que tenemos que reconocer que estamos intentando deshacer años de sexualización. Desde la infancia a las niñas se les dice: "Bueno, es que los niños son así", "lo hace porque le gustas", "esto es ser una chica", "no lo pueden evitar"… Es comprensible que nos convirtamos en mujeres que creen que esto no es grave, que no tenemos de qué quejarnos, y acabas pensando que quizás es culpa tuya.
¿Cómo describiría estas comunidades?
Creo que hay mucha variedad. Hay una tendencia a simplificar quiénes son estos hombres. El grupo demográfico más grande son hombres blancos con educación universitaria de entre 18 y 30 años, pero creo que los motivos por los que vemos estas comunidades muy amplias es que tienen el sentimiento compartido de que les están quitando algo a lo que tienen derecho. Esto es algo que tiene que ver con el supremacismo blanco: la idea de que algo te pertenece legítimamente y alguien te lo está quitando.
Esta idea del supremacismo que menciona enlaza con la derecha que se autodenomina como alternativa y que se expande a nivel global.
Suele pasar que nos perdemos la superposición de estas dos formas de extremismo y vamos tarde a la hora de reconocer a la extrema derecha como una forma de extremismo, pero aún no hemos entendido bien cómo están conectados estos dos grupos. El supremacismo blanco está basado en una misoginia tremenda. Se basa en la idea de que las mujeres blancas son un producto, un objeto deshumanizado que debe estar obligado a engendrar una raza superior perfecta. Y al mismo tiempo los incels, la machoesfera, los supremacistas machistas son también racistas y utilizan términos muy discriminatorios hacia las mujeres racializadas. Les pone furiosos que las mujeres blancas no sólo se acuesten con otros hombres, sino que lo hagan con hombres negros y, a menudo, hay un solapamiento entre estos dos grupos. Los hombres suelen pasar del extremismo misógino al supremacismo blanco. Es cierto que hay un perfil muy alto en la derecha alternativa. Hay una superposición clarísima.
Uno de los misóginos más conocidos en el Reino Unido es Andrew Tate, pero imagino que hay muchos más.
Hay muchísimos, aunque a los medios solo les parece que hay uno. Muchos medios dan a entender que Andrew Tate es la cabeza visible, el flautista de Hamelin y él, en realidad, no es más que un síntoma de algo mucho más grande. La obsesión de los medios en el Reino Unido con él ha conseguido darle fama internacional. En mi país hay más jóvenes que identifican a Andrew Tate que al primer ministro, Richi Sunak, y al hablar de él de esta manera se le sobredimensiona y perdemos la imagen global. Y para que quede claro, Andrew Tate no es un icono cultural controvertido. Es un extremista que, actualmente, está arrestado por violación y tráfico de personas. No deberíamos legitimar sus puntos de vista como si merecieran ser debatidos.
Otro tema que critica en el libro es que cuando una mujer acude a la Policía a denunciar un abuso o una agresión, una de las medidas es quitarle el móvil a ella.
Esta medida forma parte de un sistema legal que revictimiza a las víctimas, muy especialmente en casos de violencia sexual. Es algo totalmente absurdo. Imagínate que un hombre que ha sido víctima de un incendio provocado, denuncia y cuando llega el juicio descubre que la Policía ha estado hurgando en su teléfono y que sacan que hace un par de años participó en una fogata en la playa y que, por tanto, se decide que a este hombre le gustan los incendios. Es una situación ridícula, pero sucede con las mujeres y esta criminalización no se está deteniendo y el efecto es devastador en el sistema judicial. Por ejemplo, ahora mismo, en el Reino Unido solo un 1,4% de los casos de violación denunciados a la Policía acaban en juicio o en algún tipo de cargo. Es decir, no es histérico afirmar que prácticamente se ha descriminalizado la violación en el Reino Unido.
¿Seguirá investigando este tema?
Sí, seguiré investigando para continuar este proyecto, pero también estoy trabajando mucho con jóvenes. Para mí esta labor con los más jóvenes es el sitio evidente por donde hay que comenzar, necesitan recursos desesperadamente para enfrentarse al bombardeo al que son sometidos a través de las redes sociales. Ahora mismo las instituciones no ofrecen estas herramientas como deberían.
Usted lleva tiempo dando charlas en colegios y detectando el auge de estas ideologías. ¿Le resulta descorazonador?
Sí, es algo que te rompe el corazón. Es muy triste y, además, es muy sorprendente cuando oímos estas ideas totalmente erróneas en boca de
¿Cómo lo explicaría?
Yo diría que las redes sociales se han convertido en una máquina de radicalizar, diría que la misoginia inherente a la sociedad en general permite esa radicalización porque hace que parezca menos sorprendente, y diría que los colegios no están enseñando relaciones y educación sexual de género de una forma eficiente.
Siguiendo el hilo y buscando remedios, ¿por qué cree que las instituciones y los gobiernos no adoptan un papel más activo en el tema?
Por el dinero. A las empresas de redes sociales todo esto les da muchísimos beneficios porque estos hombres generan muchísimos clics, muchísimas visualizaciones. También es beneficioso para los gobiernos porque les llega muchísimo dinero a determinados candidatos políticos de estas empresas y creo que las instituciones solo van a dar un paso adelante cuando les empiece a afectar en el bolsillo.
Pero las medidas legislativas podrían revertir la situación, ¿no cree?
Necesitamos regulaciones y leyes. Necesitamos que haya que rendir cuentas por estas cosas; necesitamos más transparencia en las empresas de redes sociales, pero ahora mismo hay muy pocas iniciativas. En Reino Unido tenemos una ley de la seguridad online que tendría que ser efectiva, pero tiene 250 páginas y ni siquiera menciona a las mujeres. Estamos ante un punto ciego para los legisladores. Cuando les hablas de este tipo de cosas, no reconocen las implicaciones de género. Solo un tercio de las personas en nuestro Parlamento son mujeres y el 6,66% de nuestros representantes están o han sido investigados por agresión sexual. Hace unos meses tuvimos a un parlamentario viendo porno en el Parlamento. ¡Sucedió dos veces! Es decir, no hay voluntad política porque no hay representación política.
Una de sus tesis es que la frustración es uno de los motores que empujan a los hombres a introducirse en estas comunidades.
Hay muchas causas. En algunos casos, creo que les han pasado cosas concretas en sus vidas que se identifican con estos mensajes de culpa y de ira. Pata otros, sencillamente, hay un beneficio económico que consiste en explotar a esos seres más vulnerables de la sociedad.
Hubo un momento muy triste en mi investigación para escribir este libro. Encontré en una página web a un chico de 14 años que contaba que en su clase había una chica que le gustaba y no sabía cómo abordarla y un hombre mayor le decía “viólala”.
La impunidad de la cultura de la violación existe. Hay muchas cosas en la red que son ilegales y pasan con total impunidad. En un mal día, yo puedo recibir más de 200 amenazas de muerte y violación. ¡En un solo día! Eso es ilegal, pero no pasa nada.
¿Cómo lidia con esas amenazas?
Es muy difícil. Hay días mejores y días peores, pero soy relativamente afortunada. Tengo mucho apoyo. Tengo compañeras que son mujeres racializadas o mujeres trans que reciben muchas más amenazas y agresiones que yo. Evidentemente, la situación tiene un gran impacto en mi vida cotidiana: tengo alarmas policiales en mi casa y a determinados sitios tengo que ir acompañada. Espero que lleguemos a un punto en que no sea necesario el precio que pagamos las mujeres por levantar la voz. ¡No podemos dejar que esto se vuelva normal!
¿Qué recomendaría a una madre o un padre que descubre que sus hijos forman parte de la machoesfera?
Creo que es algo que a los padres les da mucho miedo. Lo primero sería decirles que esto no significa que ellos, como padres, hayan hecho algo malo. Las tácticas de captación de estos grupos son muy eficaces a través de memes, de algoritmos que te llevan de una forma lenta y efectiva hasta ese tema y esta forma de pensar. Los padres no deberían sentirse culpables, pero sí tienen que ser proactivos y tener conversaciones abiertas sobre estos temas con sus hijos. Tienen que estar atentos a signos de radicalización. Ahora mismo la mayor amenaza es que no somos capaces de reconocer esto como una forma de radicalización y no lo tenemos presente.
¿Quién cree que maneja esos algoritmos?
En parte creo que los algoritmos los ha creado una fuerza de trabajo predominantemente blanca y masculina y es muy fácil explotarlos para conseguir máquinas de radicalización masiva. Creo que el motivo por el que los algoritmos tienen tanta importancia es que ponen muchísimo poder en un número muy reducido de personas; por ejemplo, un cuarto de todo el tráfico de internet pasa por Youtube y un 70% de los vídeos que se ven en Youtube los sugiere el algoritmo. Eso es un poder enorme. En TikTok los vídeos de Andrew Tate han recibido más de 11 millones de visualizaciones. Estos vídeos siempre han existido, pero de repente una sola plataforma los puede amplificar para que se vean más veces que gente hay en el mundo y eso crea una distribución muy desigual en esta lucha.