Entrevista a Paula Martín Peláez, politóloga y miembro del Punto Violeta de Somosaguas"El acoso en la universidad no es un problema oculto, sino que se oculta"
La investigadora leyó en 2024 su tesis 'El acoso sexual, sexista y LGTBIQfóbico en la Universidad Complutense de Madrid. Un análisis a partir de experiencias situadas de violencia'.

Madrid --Actualizado a
La universidad es para muchos un espacio de crecimiento, exploración y aprendizaje. Para otras, un lugar donde el daño, el miedo y la impunidad conviven en los pasillos, clases, asambleas y despachos; donde el silencio pesa como una losa. "Hay violencia dentro de la universidad porque hay violencia en todos los lugares y la universidad no es una burbuja (...) Aquí está pasando (...) Si te tapas los ojos, pues nada, tendrás un lugar precioso en el que todo está bien, pero que no es la realidad". Estas son palabras de Sara, una de las entrevistadas en la tesis de la politóloga y doctora en Estudios de Género Paula Martín Peláez, dedicada a analizar las dinámicas de acoso en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Institución donde, a su vez, ha desarrollado su activismo feminista desde su etapa como estudiante.
Al leer la historia de Elena, otra entrevistada, se pueden inferir cosas parecidas. En una conversación recogida en la investigación de Martín Peláez, relata que vivía en un Colegio Mayor adscrito a la UCM cuando sufrió acoso sexual por parte de un compañero. Cansada de la situación, junto a sus amigas, decidieron hacer pública una lista con los testimonios de las agresiones, incluyendo los nombres de los agresores. La directora del colegio fue preguntando uno a uno a todos los chicos cómo se sentían, qué tal estaban. Y a ellas les pusieron en duda, les infantilizaron, les echaron la bronca, recuerda Elena. El mensaje parecía bastante cristalino: no había cabida o acompañamiento para la denuncia pública, sólo para el silencio.
María también decidió denunciar. En concreto, a través del Protocolo contra el Acoso de la UCM a un profesor por acoso sexual. En paralelo, lo hizo de manera pública en prensa: "El día que fui a poner la denuncia, la delegada de Igualdad me dijo: Que sepas que tu decano está muy enfadado contigo y está pensando en abrirte un expediente porque telita lo que has hecho". La institución no solo le generó, así, una sensación de desprotección enorme, sino que le dejaba claro que hablar era una suerte de delito no escrito, un acto de traición institucional. "Me reuní con él (el decano) y me decía, bueno, pues que estaba muy preocupado por la prensa y tal, y por la imagen de la Complutense, y yo le dije que lo que rompe la imagen de la Complutense no es que yo hable, sino que haya acoso", reflexiona, en todo caso, María, en un párrafo recogido en la tesis.
El estudio de Martín Peláez aborda de lleno esta problemática. En su tesis, El acoso sexual, sexista y LGTBIQfóbico en la Universidad Complutense de Madrid. Un análisis a partir de experiencias situadas de violencia, recopila estos testimonios y muchos otros de quienes han sufrido estas violencias, y analiza las herramientas y recursos de los que disponen las personas que han sido victimizadas. Su ensayo expone una realidad que la Complutense, como tantas otras universidades, prefiere no ver. O ver, y mirar hacia otro lado.
Entre las grandes trampas que participan de esta cultura de acoso y encubrimiento está la estructura jerárquica y endogámica, tan propia de la Academia. "Tenemos una visión clasista de la violencia en la que pensamos que, al ser instituciones de educación superior, las personas que forman parte ni pueden ejercerla ni pueden sufrirla; cuando la violencia es más común de lo que parece y está extendida", explica Martín Peláez en una entrevista con Público. A su juicio, las diferencias de poder entre estudiantes y docentes, esa subordinación, termina desincentivando la denuncia en tanto en cuanto las calificaciones de las primeros dependen de los segundos. La precariedad también actúa, en este sentido, de piedra angular: "Muchos de los casos de acoso que he documentado ocurren en relaciones de dependencia académica o laboral: estudiantes de doctorado que dependen de sus directores de tesis, investigadoras precarias, personal administrativo en puestos temporales... Denunciar significa arriesgarse a sufrir represalias".
Si bien el problema no es solo la jerarquía en sí, sino cómo se gestiona el poder dentro de ella. "Hay profesores que llevan acosando a estudiantes durante décadas y todo el mundo en la facultad lo sabe", afirma Martín Peláez, quien insiste en que incluso aunque sean "secretos a voces", nadie hace "nada". "No mueve ficha la institución universitaria, pero tampoco los compañeros que lo saben, ya sea por colegueo o por el hecho de no implicarse. Al final, asumir que hay un compañero tuyo que acosa, y respaldar a las víctimas, se puede entender como un conflicto laboral que igual no te apetece tener. A eso me refiero cuando digo que el acoso en la universidad no es un problema oculto, sino un problema que se oculta". En particular, la investigadora se muestra muy crítica con quienes son "incapaces de entender la dimensión del problema" o "lo banalizan": "En la facultad yo escuchaba a profesores decir: Ahora tengo miedo de coincidir con estudiantes a solas en el ascensor por si me denuncian falsamente por acoso".
El caso de Juan Carlos Monedero, por su carácter eminentemente mediático, ha hecho que "se vean todas estas costuras". "A mí esto me lo cuentan en 2013", revela Paula Martín Peláez, refiriéndose al fundador de Podemos. "Todo el mundo sabía que Monedero tenía este tipo de conductas. Lo sabía la facultad, lo sabía el alumnado, lo sabía el profesorado. Y, sin embargo, la universidad nunca hizo nada". La investigadora, de hecho, considera que la reacción de la universidad fue "reveladora" cuando finalmente salieron a la luz las denuncias contra Monedero: "La institución fue quien filtró la denuncia a la prensa, cuando eso, además, es ilegal porque afecta a la ley de protección de datos y va en contra del protocolo. Sin embargo, lo filtra en un momento en que el caso se ha mediatizado para hacer como si de manera habitual se hicieran bien las cosas. Esto lo que hace es desproteger a la persona denunciante y exponerla".
Fue en 2016 cuando la UCM aprobó su Protocolo contra el Acoso, una medida que en principio debería garantizar la protección de las víctimas. Sin embargo, la investigación de Martín Peláez evidencia que, en la práctica, este mecanismo resulta "ineficaz". "Si el viejo protocolo era limitado, el nuevo que hay no sirve para nada. No hay un procedimiento de investigación real. La mayoría de las personas que se acercan a la Unidad de Igualdad al final no acaban interponiendo una denuncia porque se las desincentiva, y, cuando lo hacen, se abre un proceso opaco y revictimizante. Muchas víctimas ven cómo no llega a nada y, en muchos casos, ni siquiera se les notifica cuando se ha cerrado el expediente", explica. Además, el protocolo, lejos de ser una garantía de justicia, a veces tienen un efecto silenciador, de acallamiento: "En algunas universidades, a veces, se hace firmar a las víctimas acuerdos de confidencialidad que acaban protegiendo más al agresor que a ellas mismas puesto que se les niega el derecho a contar su historia".
Para más inri, "quienes gestionan el protocolo no son expertos independientes, sino cargos políticos nombrados desde dentro de la universidad. Es más, la última decisión la tiene el rector", argumenta Martín Peláez. "La aplicación de sanciones, en última instancia, dependen del rector. Es él quien tiene la última palabra", añade la investigadora. En otras palabras, el tratamiento de una denuncia de acoso depende de unos marcos desde los cuales no se está aplicando una perspectiva de género. Esto abre la posibilidad a que la universidad termine actuando, ante todo, "protegiendo" su propio prestigio. "El prestigio de la institución pesa más que la seguridad de las estudiantes. Se teme el escándalo, se prefiere el silencio. La universidad prefiere maquillar el problema antes que enfrentarlo", señala Martín Peláez. Y este, remarca, es "un problema que se repite" en muchas universidades: el miedo a dañar la reputación académica pesa más que la protección real de las víctimas, muchas de las cuales se juegan buena parte de su futuro en este lugar.
"Hay denuncias que se cierran sin notificar a las denunciantes, otras que ni siquiera llegan a tramitarse. Todo depende del contexto, de la presión mediática, de quién sea el denunciado, de quién sea la denunciante y de los apoyos que tenga", explica Martín Peláez. Hay casos, relata, donde existían testimonios de víctimas desde hace décadas, pero no es hasta que hay presión externa cuando la universidad se suele ver obligada a actuar.
Mientras la universidad silencia, las redes de apoyo sostienen. "El papel de los colectivos feministas y LGTBIQ+ dentro del campus es fundamental", reconoce Martín Peláez. "El acompañamiento de otras compañeras es muchas veces lo que permite a las víctimas seguir habitando la universidad", explica. Espacios como el Punto Violeta de Somosaguas, del que forma parte, han surgido precisamente para suplir todo el vacío institucional descrito: "Nosotras acompañamos, asesoramos, damos apoyo emocional. y estamos allí para que no se sientan solas. La mayoría de las personas que sufren acoso no denuncian por falta de confianza en la institución".
Con todo, y a pesar de estos esfuerzos, el desgaste es evidente. Más si se tiene en cuenta que muchas de las activistas que han trabajado en este tipo de redes terminan siendo víctimas de acoso de segundo orden: "La represalia también cae sobre quienes apoyamos a las denunciantes. A mí y a otras compañeras nos han amenazado, nos han calumniado y difamado, y la Complutense no nos ha respaldado. La universidad no solo no protege, sino que mira con malos ojos a quienes intentamos romper el silencio".
Martín Peláez reconoce que hubo un momento en que se planteó dejar el doctorado. Partir de su propia experiencia como militante suponía no partir desde cero, pero también ser consciente de demasiadas cosas, demasiado dolor. "Cuando me matriculé en los estudios de doctorado mi intención era dedicarme a la investigación y a la docencia en la universidad. Sentía una verdadera motivación y vocación. Quería quedarme en la academia porque era un espacio que me hacía feliz y en el que creía como impulsor de cambio social (...) Vivir acoso y sentirme desamparada por la institución fue como un jarro de agua fría (...) Comencé a sentirme incómoda y rechazada. La academia dejó de tener sentido para mí y se convirtió en un espacio no deseable para desarrollarme laboral y personalmente", escribe en la introducción.
Si no lo dejó fue gracias al apoyo de sus profesoras y a que consiguió un contrato predoctoral. También porque sentía una gran responsabilidad para con las personas victimizadas que habían dado el paso de compartir con ella sus vivencias, el acoso que habían tenido que soportar o del que habían sido testigos. Y, sin embargo, sabe ahora mejor que nunca que hay otras compañeras que no. Que no son capaces de seguir en un espacio que, por acción o por defecto, termina siendo cómplice de quien les acosó. Sin tener muy claro si fue peor eso o todo lo que vino después.
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