Entrevista a Yolanda Domínguez"Hay 'youtubers' que alimentan el odio porque su negocio depende de ello"
Dos días después de conocer su victoria frente a Un Tío Blanco Hetero (UTBH), la artista feminista conversa con Público sobre cómo ha vivido este largo camino, cómo afecta la violencia digital a su día a día y las implicaciones de esta decisión judicial histórica.

Madrid--Actualizado a
"Hay que matarla"; "Yo opino que hay que prenderla fuego de una plaza pública, así escarmientan todas"; "Putas ganas de meterle una hostia"; "Pártele la cara" o "Feminista buena, feminista muerta" son algunos de los insultos que Yolanda Domínguez ha tenido que soportar en los últimos años. Un odio procedente de la machosfera, cuyas oleadas crecían cada vez que Sergio Candanedo –el mismo youtuber antifeminista que la había demandado por un delito contra su derecho al honor– publicaba algún vídeo señalándola.
Su batalla contra Domínguez se inició en 2019, cuando el creador de contenido, conocido entre sus seguidores como Un Tío Blanco Hetero (UTBH), demandó a la artista visual y consultora feminista por calificarle como "violento con las mujeres", en lo que la abogada de la artista ha definido como "un caso paradigmático de litigio estratégico antiderechos". Casi seis años después, el Tribunal Constitucional ha dado carpetazo de manera definitiva, al menos en lo que se refiere a la jurisprudencia española, a su intentona; reafirmando la sentencia del Tribunal Supremo que ya había desestimado su denuncia.
Dos días después de conocer la inadmisión a trámite, Domínguez conversa con Público sobre cómo ha vivido este largo camino, cómo afecta la violencia digital a su día a día y las implicaciones de esta decisión histórica. Un concepto que, como ella misma explica, "no se manejaba antes, pero que ahora está en el debate público, en el nuevo pacto de Estado contra la violencia de género y se está hablando de ello incluso en Naciones Unidas".
¿Cómo te sientes ahora, después de esta larga batalla judicial?
Ahora mismo me siento muy contenta con el resultado. Durante todo el proceso me he sentido muy acompañada, y uno de mis motivos para seguir adelante era precisamente el bien común, el impacto que esto podía tener en todas las mujeres. También he sentido ese apoyo en mi propia experiencia, me he sentido parte de un colectivo, respaldada, y eso es algo muy gratificante. Porque te demuestra que no estás sola, que hay una red de apoyo muy fuerte, y eso es algo que debemos recordar siempre.
Mirando hacia atrás, ¿cuál dirías que ha sido el momento más duro de todo este proceso? Imagino que ha habido altibajos.
Sobre todo, el hostigamiento constante de los haters y trolls en redes sociales. Este youtuber seguía generando contenido sobre el juicio, lo que alimentaba una persecución constante en el entorno digital. Prácticamente no podía publicar nada sin recibir insultos. Llegué a recibir audios de gente en Instagram que me atacaba solo por haber visto algún vídeo suyo. Han sido años difíciles.
Es verdad que ahora él ha dejado de hablar de mí. Supongo que, tras la sentencia, ha entendido que esto también podía perjudicarle. Y con este precedente, voy a estar muy pendiente de cualquier comentario, porque ahora sí que puedo tomar acciones legales con todas las garantías.
Antes no estaba tan claro, y por eso esta jurisprudencia es importante. Aunque todavía no define con precisión qué es la violencia digital, nos ofrece un marco al que podemos aferrarnos. Es como ir construyendo una escalera entre todas. Yo he puesto mi pequeño peldaño, y estoy convencida de que seguiremos avanzando.
¿Cómo ha afectado a tu vida cotidiana y a tu salud mental enfrentarte a este nivel de violencia y acoso sostenido en el tiempo? ¿Has sentido miedo o autocensura al participar en espacios públicos o al tratar ciertos temas?
Las consecuencias del odio online son múltiples. En primer lugar, nos silencia a las mujeres con voz pública. No solo en lo que respecta a denunciar la violencia, sino en cualquier tipo de comunicación. Es una violencia difícil de comprender porque no es física, no deja una huella visible. Solo la percibe quien la sufre. Nadie más ve tu buzón de mensajes, solo tú. Y lo primero que haces es borrar esos mensajes porque ni siquiera quieres que estén ahí. Pero al hacerlo, también borras pruebas. Es un fenómeno muy invisible.
Cuando dices que te afecta lo que recibes en el entorno digital, muchas personas no lo entienden. Te dicen: "Pues no lo mires". Pero ¿cómo me van a decir que no lo mire? Tengo derecho a usar mis redes. Es como decirle a una víctima: "No salgas de casa y así evitarás el peligro". No, yo tengo derecho a estar en mi espacio digital sin ser atacada. Por supuesto, he tenido que bajar mucho mi perfil en redes sociales. También he desactivado los comentarios en YouTube e Instagram, de modo que solo las personas que sigo pueden comentar. Era insoportable despertarme cada día con mensajes de odio.
Esto tiene consecuencias en mi libertad de expresión y en mi economía. Si no puedo compartir mi trabajo online, ¿cómo me gano la vida como comunicadora? Las redes sociales son herramientas fundamentales para mi profesión. Y, por supuesto, afecta a la salud. No estamos preparadas para el odio. Nadie lo está. No hablo de críticas, sino de mensajes en los que te desean la muerte. Eso tiene un coste emocional enorme.
Pero además del daño individual, hay un coste social. Si yo me retiro, si mi voz desaparece de las redes, los contenidos que quedan son los que imponen quienes atacan. La violencia digital socava la democracia. Si las plataformas no protegen la voz de las mujeres, nuestra perspectiva queda fuera del debate público. Esto limita la pluralidad de voces y empobrece la conversación social.
¿Qué apoyos has encontrado para aguantar y no rendirte en medio de tanto ataque? Más allá de tu caso personal, ¿qué crees que revela esta persecución judicial sobre el tipo de violencia que enfrentan las mujeres feministas en el espacio digital?
Sobre todo, el apoyo de la red feminista. Allá donde iba y contaba mi situación, enseguida encontraba respaldo. Como sabes, viajo mucho dando conferencias en ayuntamientos, y tanto las técnicas de igualdad como el tejido asociativo han sido fundamentales. He recibido apoyo no solo emocional, sino también económico por parte de asociaciones.
Por supuesto, también de mis abogadas y de comunicadoras. Cuando publiqué la carta anunciando la sentencia del Tribunal Supremo, muchas periodistas y activistas la firmaron. Entre ellas, Lucía Lijtmaer, Isabel Calderón, profesoras de universidad e incluso Laura Bates, que escribió Los hombres que odian a las mujeres. Me puse en contacto con ella y también apoyó el comunicado.
El objetivo era dejar claro que esto no es una lucha individual, que muchas mujeres sufren esta persecución online y que el propósito final es silenciarnos. Porque, al final, para ellos da igual el resultado del juicio. Lo que quieren es callarte a ti y, de paso, disuadir a muchas otras mujeres de hablar, por miedo a acabar en un proceso judicial como este.
Un proceso que no solo requiere tiempo y energía, sino también recursos económicos. Este youtuber me exigía que le pidiera disculpas públicas, que retirara mis tuits y que le pagara un euro de indemnización, como un gesto simbólico. Pero lo realmente costoso no es eso, sino todo lo que implica enfrentarte a un juicio: la defensa, los trámites, la exposición pública. Aun así, decidí seguir adelante porque era necesario nombrar esta violencia.
¿Crees que las instituciones, incluidos los medios de comunicación, están haciendo lo suficiente para proteger a las mujeres feministas de este tipo de violencia?
En general, cualquier mujer con voz en el debate público sufre hostigamiento, mucho más que los hombres, independientemente de sus ideas. Históricamente, la voz pública ha sido territorio masculino, así que cualquier mujer que tenga relevancia es atacada. Lo vemos con las políticas, que son criticadas e insultadas constantemente. Pero si, además, eres feminista, te conviertes en un blanco aún más claro para trolls y haters. Sobre si las instituciones han hecho lo suficiente, creo que hasta ahora no hemos tenido ninguna protección real. No existía ni siquiera una conciencia clara sobre este problema, aunque con el tiempo se ha ido generando.
De hecho, en uno de sus vídeos, este youtuber dice abiertamente: "Así perdí el juicio contra Yolanda Domínguez". Y en el mismo vídeo reconoce que, cuando inició el proceso, la justicia era patriarcal y él confiaba en que eso jugaría a su favor. Pero con el paso del tiempo, se ha dado cuenta de que las cosas han cambiado y que ahora sí se reconoce la existencia de la violencia digital. Es interesante que él mismo lo admita. Creo que en estos seis años, al menos, hemos avanzado en la conciencia sobre el problema. Pero aún falta la parte más importante: pasar de la conciencia a la acción.
Claro que a ellos eso les incomoda, porque está directamente relacionado con la actividad que realizan. Esperemos que esta conciencia no se quede solo en palabras, sino que se traduzca en medidas concretas. En ese mismo vídeo, él suelta una frase bastante reveladora: "Patriarcado: 0; Yolanda Domínguez: 1". Me pareció hasta un buen titular. Aunque yo lo formularía de otra manera: "Machosfera: 0 – Feminismo: 1". Más allá de la anécdota, lo relevante es que incluso ellos reconocen que las cosas han cambiado.
Durante estos años has sido un blanco constante de figuras vinculadas a la llamada "machosfera". Desde tu experiencia, ¿cómo describirías este fenómeno y qué papel crees que juega en la difusión del odio contra las mujeres? ¿Te ha sorprendido el grado de organización que existe en esos espacios antifeministas?
La machosfera está formada fundamentalmente por perfiles anónimos, lo que dificulta su identificación y permite que actúen con impunidad. No se puede acudir a la comisaría a denunciar cincuenta perfiles sin rostro, porque no sirve de nada.
Estos espacios se han convertido en refugios para ciertos hombres que, en el ámbito físico, encuentran cada vez más restricciones para ejercer ciertas violencias debido a la regulación y el avance de derechos. En el entorno digital, sin embargo, operan en un espacio opaco y poco regulado, lo que les da una sensación de protección e impunidad. Aunque las plataformas tecnológicas tienen la capacidad de monitorear estas actividades, para los usuarios son actos invisibles.
Existe la falsa creencia de que el entorno digital es un espacio de libertad. En realidad, está altamente condicionado por algoritmos que favorecen contenidos polarizantes, agresivos y generadores de crispación, mientras que invisibilizan otros discursos más equilibrados. Además, hay figuras dentro de la machosfera, como ciertos youtubers, que actúan como "señaladores". Son cuidadosos en su lenguaje para evitar incurrir en delitos, pero generan un clima de burla y desprecio que incita a sus seguidores anónimos a ejecutar los ataques. Esta dinámica no se limita solo a redes sociales; también se replica en esferas de poder y determinados medios de comunicación, que utilizan estrategias similares para fomentar el hostigamiento hacia algunas mujeres en concreto.
¿Qué crees que está fallando como sociedad para que estos discursos calen tanto en las nuevas generaciones? ¿Qué tipo de alianzas o apoyos crees que harían falta para combatirlo?
Los jóvenes que siguen a estos youtubers son, en cierto modo, sus propias víctimas. El sistema digital expulsa sistemáticamente las voces de mujeres y de quienes generan pensamiento crítico o dialogante. Cuando estos chicos acceden a internet, el contenido que encuentran es monólitico: un único discurso sin pluralidad de voces.
A estos jóvenes les haría una pregunta: ¿Este discurso te permite reflexionar y formar tu propia opinión o simplemente te alecciona? ¿Te genera calma y comprensión o te llena de enojo y agitación? ¿Es constructivo o solo destructivo?
Estos creadores de contenido no aportan soluciones ni alternativas, solo alimentan el odio y la crispación porque su modelo de negocio depende de ello. No les interesa generar espacios de debate o crecimiento personal, sino perpetuar la indignación y el enfrentamiento para mantener a sus seguidores enganchados.
Puedo contar un caso concreto: en uno de mis talleres, un seguidor de uno de estos youtubers asistió porque su "referente" le había pedido que fuera. Al final del taller, se me acercó y me dijo: "Me ha encantado, lo he entendido todo y me alegro mucho de haber venido". Esto demuestra que, cuando se les da acceso a otros discursos, pueden comprender otras perspectivas. Pero el problema es que estos contenidos no tienen la misma visibilidad que los discursos de odio, lo que crea una burbuja informativa que refuerza su visión distorsionada del mundo.
¿Qué les dirías a otras mujeres activistas que ahora mismo puedan estar enfrentando situaciones similares a las que tú has vivido?
Que no se desgasten en espacios que no las tratan bien. Muchas compañeras dicen: "Si nosotras nos vamos de Twitter, ¿quién se va a quedar?". Pero la realidad es que no jugamos en igualdad de condiciones. Nuestros contenidos y relatos son invisibilizados, mientras que otros discursos tienen amplificación.
Quizás debemos empezar a construir nuestros propios espacios, donde haya normas de convivencia más sanas y seguras. También es importante que tengamos la opción de decidir si queremos ser visibles para perfiles anónimos o no. No podemos evitar que existan, pero podríamos elegir si queremos interactuar con ellos. Y, sobre todo, que busquen comunidad. No hay que quedarse aisladas. Siempre hay una red de apoyo, y conectarnos entre nosotras nos hace más fuertes.
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