Opinión
Rituales para la amistad


Por Silvia Nanclares
Escritora
Lena y Lila. Sofía y Mariana. Mílada, Dalia y Citlali. June y Moira. Twyla y Roberta. Busco amigas literarias para la investigación de mi próxima novela. No busco historias de amistad si no escudriñar cómo se cuenta literariamente la amistad entre mujeres. Cómo se forman las relaciones entre nosotras. Cómo se mantienen. Cómo se inician. ¿Son un privilegio las amistades de la infancia? ¿Se puede hacer nuevas amigas a partir de una edad? Pero lo más espinoso: ¿son tan horizontales cómo queremos contarlas? ¿Cómo interviene la clase? ¿De qué cambiantes jerarquías están hechas? Como en todos los vínculos, ¿basta solo el amor? Spoiler: no. ¿Cómo perviven las amistades a lo largo del tiempo cuando nosotras vamos cambiando? ¿Se pueden mantener las amistades cuando somos madres? ¿Cómo cuidar la amistad con las amigas no madres cuando apenas te queda tiempo? ¿Estamos abocadas entonces a hacernos solo amigas de las madres de nuestros hijos? Y el trabajo, ¿deja tiempo para la amistad? ¿Y la escritura? ¿Se puede seguir siendo amiga cuando hay que ganar dinero, cuidar y, además de todo, sacar tiempo para escribir? Si hay algo que he tenido que sacrificar en estos años de maternidad y creación ha sido la amistad. Y no es algo de lo que esté especialmente orgullosa. Pero si no, ¿cómo podrías estar leyendo esta columna? Ay, chica, me estás dando dolor de cabeza con tanto análisis. A lo mejor, lo más importante de la amistad es practicarla. ¿Qué tal salir a tomar una cerveza con una de tus amigas? O al menos escribe un mensaje a Susana,que hace días que no sabes nada de ella. Tampoco he llamado a Nuria desde hace una semana. De Lucía sé cada día porque compartimos lugar de trabajo. Las pausas en nuestro ciclo de la amistad están en sus mínimos históricos. Y esto, según Vivian Gornick da buena cuenta de una salud inequívoca.
‘En la mujer singular y la ciudad’–ay, y cuánto determinan la calidad de las amistades el vivir o no en una de ellas–, Vivian Gornick nos proponía esa prueba del algodón amistosa, ¿os acordáis? “Hay dos tipos de amistad: aquellas en las que las personas se animan mutuamente y aquellas en las que las personas deben estar animadas para estar juntas. En la primera categoría, uno hace hueco para verse; en la segunda, uno busca un hueco en la agenda”. Es así como formula Gornick su teoría del ciclo de la amistad, según la cual, después de haber estado con una amiga, ¿cuánto tardas en volver a contactar?¿Y cuánto tiempo hasta el momento de volver a verse? En esa ecuación de tiempos menguantes o dilatados se establece la cualidad y calidad de una amistad. Porque sí, de creer que la falta de contacto deja intactas las amistades también se sale. Y no, leer sus publicaciones en redes sociales no equivale a contacto. Ni siquiera un mensajito errático cada tanto, ficción de amistad, especie de espejismo. ¿Son hilitos de salvación en la trama de las amistades duraderas o son la firma que constata la defunción del tiempo compartido? La a veces falsa cercanía de las apps de mensajería, si no va de la mano de otro tipo de interacción, puede acabar generando monstruos, como una suerte de Museo de Cera de la amistad en modo de chats archivados o grupos donde te has quedado sola. O tal vez no, tal vez sean el último golpe de una animación cardiorrespiratoria exitosa tras una parada severa. A cada amistad, su uso amoroso.
Y, ¿qué se hace con las rupturas? ¿Con el rencor? Con las traiciones. Y, ¿con el enamoramiento amistoso? ¿Qué vas, como hacíamos en el recreo, y le preguntas a alguien si quiere ser tu amiga? ¿Cuándo y cómo se hace oficial una amistad? De esta falta de rituales, o de la extraña forma ritual que toman los inicios y finales de la amistad conversan las amigas y escritoras mexicanas Jazmina Barrera, Elvira Liceaga y Daniela Rea en su libro Rituales para la amistad (Almadía). Y lo hacen, cómo no podía ser de otra manera tratándose de amistad, en modo epistolar. Si tuvieran pegatinas plateadas y bolis de gel de purpurina con aroma a manzana ácida ya serían lo más. Pero, no, con sus letras nos vale, contestándose a vuelta de correo sobre las preguntas en torno al “complejo arte de la intimidad” o la neurosis de abandono. Los textos van destapando esta ausencia de rituales asociados a la fundación o disolución de amistades y, finalmente, tienen un efecto mágico, y es que la propia reflexión coral las hace más amigas. Todo un reto en estos tiempos en los que prima el agotamiento, en que la dificultad del mantenimiento de la amistad y el vínculo a veces se nos hace bola.
“La amistad es el milagro en el que un ser humano acepta mirar con distancia y sin acercamiento alguno al ser que le es necesario como alimento”. Esa frase, que podría ser firma en la escayola después de un verano de adolescencia febril y amistad, no es de otra que de la filósofa Simone Weil, quién se pregunta qué nos jugamos en torno al establecimiento y mantenimiento de una amistad. Qué media: ¿la infatuación, el poder, la afinidad, la inestabilidad, el hechizo, la seguridad? Todas estas preguntas vuelven la amistad un espacio político. Y frágil. O resistente. La publicación coral del (h)amor 9 (la colección de manuales de guerrilla para pensar y contar juntas el arte de los vínculos que lleva a cabo la editorial Continta me tienes) consagrada a las amigas así también lo atestigua. Y ya. El ciclo de la amistad de esta columna se termina. Escribo a Susana, a Ana, a Nuria. Pongo la cuarta temporada de La amiga estupenda –volvemos una y otra vez a esta tetralogía, aunque sea a través de sucedáneos de lo bueno que fue vivir dentro de las vidas de las protagonistas–, y reservo en preventa el libro Amiga mía, de otra amiga, Raquel Congosto. “Han pasado seis años y yo aún vivo donde vivíamos. En la misma casa. Conocí a Pablo y tuvimos a Matilda. Ahora los tres dormimos en el que fue tu dormitorio, el de las pelusas”. Sus primeras frases me hacen querer quedarme: en el libro, en su amistad, y en este seguir pensando y contando aquello de lo que es mejor hacer: ser amigas.
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