Opinión
Sexo "biológico": ¿protección de derechos o retroceso en inclusión?


Por Aitzole Araneta
Sexóloga de la Junta Directiva de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología y Técnica de Igualdad
-Actualizado a
El reciente fallo del Tribunal Supremo del Reino Unido, que define legalmente a las mujeres según su sexo "biológico" en el contexto de su Ley de Igualdad de 2010, ha generado un intenso debate sobre los derechos de las personas trans y la protección de los espacios reservados para mujeres.
La decisión, tomada de forma unánime por los magistrados, establece que los términos "mujer" y "sexo" en dicha ley se refieren exclusivamente a mujeres "biológicas", excluyendo así a las mujeres trans, incluso a aquellas con un Certificado de Reconocimiento de Género, es decir, las que han podido corregir su sexo registral. Un fallo que surge a raíz del recurso presentado por la organización For Women Scotland contra la Ley escocesa de Representación de Género en Organismos Públicos de 2018, que buscaba incluir a las mujeres trans en las políticas de paridad.
Los defensores de la sentencia argumentan que proporciona claridad legal y protege los espacios y derechos específicos de las mujeres "biológicas", por ejemplo, en ámbitos como los deportes, las prisiones y los refugios para víctimas de violencia de género. Y aunque los magistrados destacan que las mujeres trans siguen protegidas contra la discriminación según otros apartados de la misma norma, debería preocuparnos que un concepto como el de "sexo biológico" sea consagrado en el ámbito jurídico internacional y utilizado –porque se lo han apropiado– por ciertos sectores.
Lo primero, porque detrás de él subyace que hay mujeres que lo son porque vienen certificadas desde el nacimiento, y otras que pueden "sentir" lo que quieran pero, realmente, no son mujeres. Son otra cosa, algo que no es original, mujeres sin pedigrí de autenticidad, algo procesado, que no viene de serie. Un sucedáneo. Sin embargo, el relato de mujeres trans –y en general, de las personas con esta vivencia– sigue siendo que siempre lo han sido. Incluso aunque se las haya puesto en duda. A pesar de que en no pocos casos su integridad –o directamente, su vida– haya corrido peligro. No se trata de una cuestión de elección, sino de saberse mujeres porque no pueden no serlo. Si acaso, la única elección es tomar la decisión de compartirlo con un mundo que no las ve y vivir en coherencia con el hecho de saberse mujeres.
No es casualidad que bajo el argumento de que el sexo es "biológico" se haya puesto en el punto de mira a las mujeres trans, pero también a las infancias trans. La aparición en la escena pública de las infancias trans vino a romper el paradigma de que la transexualidad es una elección, un estilo de vida por el que se opta. Si alguien es así desde la más tierna infancia, ese imaginario de "mujer de mentira" que ciertos sectores quieren colocar en el imaginario público se resquebraja. Y no es baladí que para reforzar esa narrativa de que la esencia de mujer reside en zonas concretas del cuerpo, se instalen bulos que no por el hecho de repetirse mil veces dejarán de serlo: que si es un capricho de padres que querían un hijo "del otro sexo" que lavan el cerebro a sus propios hijos –y no una cuestión de que estas infancias reivindican incesantemente que se les contemple y trate como quienes siempre han sido, como el resto–; que si a los niños se les aplica hormonación cruzada y se les operan los genitales a edades infantiles –cuestión prohibida y absolutamente regulada–; que si el bloqueo hormonal que congela el desarrollo de los caracteres sexuales –tecnología que se viene aplicando a pubertades precoces, niñas con hirsutismo, etc., desde hace décadas– es irreversible.... Por cierto, las infancias trans no se refieren a sí mismas como "trans", sino como lo que son, niñas y niños. "Trans" es un término del mundo adulto para resaltar esa diferencia de lo que no ha conseguido aún la plena inclusión.
Lo segundo, porque detrás de la utilización de la adjetivación biológica en realidad se esconde un empobrecimiento de la propia biología: por "biológico" se pretende colar la metonimia de genitales y cromosomas. Para dar el título de mujer de primera pretenden mirar de manera jerarquizada los genitales externos –la vulva: los labios mayores, los menores, el clítoris–, los internos –el conducto vaginal, la matriz–, las gónadas –los ovarios funcionales–, o los ya ultra famosos y "jueces de la verdad", los cromosomas. Piensan que ser mujer son estas cosas concretas a las que reducen la materialidad biológica. Este es un debate continuo en el feminismo, que hasta ahora había podido llegar a consensos. Pero en esta búsqueda de la pureza de la mujer, para esos sectores, las trans son las primeras en caer, pero seguramente no las últimas: los clítoris sospechosamente grandes, los ovarios que no producen óvulos –ya lo dijo Trump, mujer es quién produce la célula reproductiva grande–, las vulvas que no tienen conducto vaginal u ovarios. Todas pueden ser las siguientes. Porque no hay nada más en contra de la biología que intentar buscarla en una determinada estructura. Ser mujer no es algo unívoco, son muchas cosas a la vez. Tampoco es nada novedoso, ya lo descubrieron hace décadas múltiples investigaciones científicas que no están buscando ya ahí y observan conexiones de las sinapsis neuronales, funcionamiento de las psiques y procesos sexuantes de todo tipo.
Lo tercero, porque en esa apropiación del concepto de "sexo biológico" pareciera, por un lado, que las mujeres trans no fueran biológicas y estuvieran hechas de polímeros y se intentara deshumanizarlas, desposeerlas de la materia prima misma –la carne– que hace a los humanos precisamente humanos. Y sobre todo porque el sexo –sexus: corte, separación; sexare: distinguir, cortar; referido a lo que nos distingue de los demás, la identidad misma–, siendo biológico, también es psicológico y social. Y es más que todo eso: el sexo no es sólo biológico. El sexo es biográfico. Y lo es porque el sexo transcurre en un cuerpo material determinado, con unas circunstancias y tiempos determinados y en relación a algo, o más bien, a alguien. El sexo no existe sin la referencia del otro o la otra. Para distinguir(nos) debemos saber y ver que hay quienes son distintos a nosotras. Y que, paradójicamente, en lo distinto también hay partes que se comparten. Los hombres y las mujeres tienen cuestiones distintas pero muchos aspectos compartidos. Todo el mundo tenemos de "lo otro" y no existe el hombre "puro" ni la mujer "pura", que parece que es lo que nos vuelven a querer decir. Y sin esa interacción no existen los sexos.
Y es aquí donde se destapa la bravuconería de estos legisladores que han pretendido ser –como tantos otros– expertos en los sexos. Convirtiendo "el sexo" en algo excluyente. Desgraciadamente, existe una denostada y mal entendida profesión, la sexología, que es el campo que estudia los sexos y sus procesos –la sexuación– y las formas únicas e irrepetibles que adquiere –la sexualidad–. El que personas de la judicatura, pero también de la política, el mundo económico o el mediático se inmiscuyan en la noble labor de una ciencia que lleva operando oficialmente más de dos siglos nos habla, más allá de la vuelta de nuevos apartheid –porque el negar derechos a mujeres, incluido el más básico del reconocimiento a su propia existencia como mujeres, es un apartheid–, de la ignorancia y el desconocimiento imperantes acerca de esta cuestión que afecta no solo a las mujeres trans, sino a todo el mundo, en tanto que seres inevitablemente sexuados. La experiencia trans nos interpela seamos como seamos, ya que todo el mundo es sexuado y en lo sexual está presente, lo sepamos o no, incluso lo queramos o no.
Y por último, porque ese sexo "correcto" –el que nos han querido tildar de "biológico"– nos mete a todo el mundo no sólo en los asuntos del ser, sino en el lío del "deber ser". En vericuetos más estrechos, donde más gente es expulsada, perseguida, tutelada, y si, como en este caso, juzgada.
En un mundo donde sectores con otras agendas se han apropiado de la verdad de "el sexo", algunas no cejaremos en reividicar la pluralidad de "los sexos", recuperar y divulgar el conocimiento que los acompaña para que todas las mujeres –y hombres, y todas las personas–, seamos como seamos, encontremos acomodo y derechos en ellos. Aunque a algunas nos vaya la vida en ello.
*Esta columna fue publicada inicialmente con una imagen que, en ningún caso, representaba el contenido de la pieza ni el discurso de su autora. La colocación de esa primera imagen es fruto de un error por el que, desde 'Público', queremos disculparnos con nuestros lectores y lectoras y con la autora del texto.
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