Francia redujo su jornada laboral hace 25 años: estas son las lecciones aprendidas
Esa conquista social ha permanecido a pesar de las recurrentes críticas por parte de la derecha. El ejemplo francés representa un espejo interesante sobre las consecuencias de bajar la duración legal del trabajo.

París-
El Ministerio de Trabajo, liderado por Yolanda Díaz, confía en sacar adelante antes de que termine este año la reducción del tiempo de trabajo semanal de 40 a 37,5 horas. En medio de un contexto europeo marcado por el plan de rearme y los eventuales sacrificios en el Estado del bienestar que puede conllevar —en Dinamarca debaten sobre una subida de la edad de jubilación hasta los 70 años en 2040—, el hecho de aprobar esa medida progresista convertiría prácticamente a España en una excepción en un Viejo Continente que vira hacia la derecha.
La disminución del tiempo laboral tiene, sin embargo, un paralelismo evidente con lo que ocurrió hace 25 años en otro país europeo: el 1 de febrero del 2000 entraron en vigor en Francia las 35 horas de trabajo semanal. Desde entonces, esa conquista social ha permanecido a pesar de las recurrentes críticas por parte de la derecha. El ejemplo francés representa un espejo interesante sobre las consecuencias de bajar la duración legal del trabajo.
Con las leyes Aubry I y II, el Gobierno de Lionel Jospin —una coalición entre socialistas, comunistas y verdes— bajó de 39 a 35 horas el trabajo semanal. Un cuarto de siglo después, los expertos coinciden en hacer un balance “con claroscuros", destaca la economista Mireille Bruyère, integrante del colectivo keynesiano Les Économistes atterrés. "Ha tenido efectos positivos, pero también negativos”, afirma. Uno de los aspectos positivos, según esta profesora en la Universidad de Toulouse, fue “la creación de unos 350.000 empleos durante los primeros años” en que se aplicó. En cambio, señala como uno de los negativos la intensificación de las tareas en algunos sectores, por ejemplo, los profesionales de los hospitales.
Creación de 300.000 empleos
“Algunos dirigentes de la derecha y el centro-derecha mantienen todavía hoy discursos catastrofistas sobre las 35 horas. Pero la realidad es que no hay ninguna evidencia empírica que permita decir que haya provocado una pérdida de la competitividad”, sostiene el economista Philippe Askenazy, investigador en el prestigioso CNRS, en declaraciones a Público. Como sucede actualmente en España, la patronal y la derecha postgaullista, que entonces formaba parte de la oposición, aseguraron que esa medida menoscabaría la competitividad de las empresas y provocaría más paro.
La realidad fue que hubo un aumento de la productividad entre 1996 y 2002, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Un informe de este organismo internacional, con sede en París, indicaba pocos años después de su entrada en vigor que dos tercios de los trabajadores franceses consideraban que habían mejorado sus condiciones de vida. Y entre los que tenían hijos, el 60% afirmaban que les permitía una mejor conciliación entre el tiempo laboral y el familiar.
A esa mejora de las condiciones de vida se le sumó la creación de puestos de trabajo. Su aplicación coincidió con unos años de una disminución significativa del desempleo en Francia. Su tasa de paro pasó del 12,57% en 1997 al 8,70% en 2002, según datos del Banco Mundial. Los estudios económicos estiman entre 500.000 y 350.000 los empleos creados específicamente por el paso de las 39 a las 35 horas. Se trata de unos datos para nada menospreciables, pero inferiores a los dos millones que había prometido el Partido Socialista.
“Aunque no se cumplieron los presagios negativos de los economistas liberales de que la medida generaría más paro”, esta “comportó una creación de empleos por debajo de lo esperado”, reconoce Askenazy, autor del libro Los desórdenes del trabajo. Al bajar de 39 a 35 horas se redujo casi un 10% del tiempo laboral. Sin embargo, “los 300.000 empleos que se crearon representan un 1% del total de los puestos de trabajo”, recuerda este experto.
Más días de vacaciones para las clases medias
Pese a su oposición inicial, buena parte de los empresarios encontraron la manera de sacarle provecho a esa medida, ya fuera intensificando las tareas de sus asalariados o flexibilizando los horarios. Como está previsto que suceda en España con las 37,5 horas, las 35 se aplicaron en Francia de manera anual. Las autoridades dieron flexibilidad a cada sector para determinar si se reducía el tiempo laboral cada semana, o bien teniendo en cuenta el total de los 12 meses.
Esa flexibilidad se vio reforzada en las décadas siguientes, marcadas por la hegemonía del neoliberalismo en Europa. Así sucedió con una reforma laboral en 2016 impulsada durante la presidencia del socialista François Hollande y con otra el año siguiente, adoptada pocos meses después de la llegada de Emmanuel Macron al Elíseo. Esas políticas, contestadas por la calle y los sindicatos, dieron autonomía a las empresas para establecer horarios más extensivos que los fijados por los convenios sectoriales si lograban un acuerdo con sus empleados. A eso se le sumó el problema de las horas extra no remuneradas.
“Más de la mitad de los asalariados del sector privado con contratos a tiempo completo no disponen de horarios semanales de 35 horas”, explica Askenazy. Según los últimos datos de Eurostat, la media del tiempo trabajado en Francia es de 36 horas, mientras que en España se sitúa en 36,4. En múltiples sectores, como el del periodismo, la arquitectura o la publicidad, los empleados del país vecino hacen fácilmente jornadas de ocho, nueve o diez horas al día. Pero sí que disponen de más días de vacaciones, bautizados con el acrónimo RTT.
Su percepción “resulta más bien positiva entre estas clases medias” que ganaron “diez días de vacaciones”, sostiene Bruyère. En cambio, según esta experta, la medida “es vista de manera más negativa” por los trabajadores de pequeñas empresas o “en profesiones que no exigen estudios y en las que suelen trabajar mujeres”; por ejemplo, las auxiliares sanitarias o cuidadoras en residencias de personas mayores. Muchas de ellas vieron cómo les reducían la jornada media hora o bien dejaban de contarles las pausas como tiempo trabajado para adaptarse a la nueva legislación. A cambio de eso intensificaban el ritmo de sus tareas. Y se estancaron las subidas salariales.
¿Qué lecciones se pueden sacar del caso francés?
Una situación parecida se reprodujo en la sanidad, especialmente en los hospitales públicos. Ese sector es uno de los más críticos con la aplicación de las 35 horas. “El hospital se vio completamente desorganizado. Hubo escasez de enfermeras, numerosas horas extra no pagadas… Estuvo muy mal gestionado. Incluso hizo falta ir a buscar enfermeras a España”, recordaba el economista Éric Heyer, uno de los directores de departamento del OFCE, un prestigioso grupo de análisis económico, en declaraciones al diario conservador Le Figaro.
“La reducción del tiempo laboral se trata realmente de una cuestión de economía política. Consiste en asumir un cambio en la repartición entre el capital y el trabajo”, afirma Bruyère. Para esta experta, en Francia faltó voluntad política para asumir el hecho de que una parte de los empresarios debían renunciar a una parte de sus beneficios. El Gobierno de Jospin dio cuantiosas ayudas a las empresas para matizar su oposición. En el caso de los grupos de menos de 20 trabajadores, no les exigía que crearan nuevos empleos a cambio de recibir esas compensaciones.
“Desde entonces, no ha parado de acentuarse en Francia una política de exoneración de las cotizaciones sociales que realmente le cuesta muy cara al Estado”, lamenta Askenazy. Por consiguiente, recomienda que España no reproduzca el error de llevar a cabo una política de ayudas a las empresas tan generosa como la francesa. Además, subraya la importancia del rol de los sindicatos en las negociaciones nacionales, pero también las sectoriales y empresariales en la aplicación de este cambio.
Según Bruyère, “hay que presionar a las grandes empresas para que creen puestos de trabajo". "Con los grupos pequeños que tienen tres o cinco empleados no tiene mucho sentido”, añade. Pero los medianos y grandes “sí que deben compensar la disminución del tiempo trabajado con nuevos puestos. Si no lo hacen, una política de este tipo corre el riesgo de convertirse en una intensificación del trabajo”.
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