Entrevista a Juan Pinilla, cantaor de izquierdas"Julio Anguita fue norte, faro y guía, aunque él nunca quiso serlo"
El cantaor flamenco, investigador y ensayista debuta en la novela con 'Los colores de la nieve'.

Madrid--Actualizado a
Apodado el cantaor intelectual, pertenece a la estirpe de los flamencos de izquierdas: de Manuel Gerena a José Menese, pasando por Enrique Morente. Granadino como el Ronco del Albaicín, Juan Pinilla (Huétor Tájar, 1981) también investiga, escribe y no para de estudiar. Atesora ya tres títulos universitarios, aunque ha sacado tiempo para publicar ensayos sobre el flamenco o su admirado Saramago. Ahora debuta en la novela con Los colores de la nieve (Valparaíso), mientras en su mollera fermentan tres libros y un esperado disco.
Dedica el libro a la memoria de Domingo Malagón. Empezamos bien.
Efectivamente, porque además vivimos en tiempo de desmemoria. Domingo Malagón estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) y dimitió de una vida artística prometedora para ponerse al servicio del Partido Comunista durante la guerra civil. Gracias a su habilidad para falsificar pasaportes y documentos de identidad, salvó la vida de cientos de personas.
Decía Jorge Semprún que aquellos documentos falsos "adquirían categoría de objetos artísticos, de salvoconductos fraternales para cruzar los posibles temporales de la vida clandestina".
Unas verdaderas obras de arte, hasta el punto de que las autoridades no dudaban de que eran documentos oficiales. En la novela rescato al camarada Malagón como un acto de memoria, pero también de justicia.
¿Entiende la renuncia al arte por una militancia o causa justa?
Así lo entendieron Rafael Alberti, María Teresa León, Miguel Hernández, Ernestina de Champourcín y, de alguna forma, Federico García Lorca. Hay causas superiores por las que toca tomar partido, porque uno no puede mirar hacia otro lado. El artista debe ser una persona de su tiempo comprometida con las circunstancias sociales y políticas que le han tocado vivir.
La frontera francesa de Malagón y, en su novela, la de una patera atestada que surca el mar, con dos chavales que se lanzan al agua para nadar hacia la luz. Los colores de la nieve aborda la migración, aunque también se basa en vivencias personales.
Quería abordar los muros que dividen y separan a la humanidad: a los que vienen de fuera no los dejan entrar, pero a nosotros tampoco nos dejan salir porque, a pesar de los pequeños focos de resistencia, estamos atrapados en esta forma de entender la vida. Además quería reivindicar la ética de los cuidados, una revolución política en un mundo aquejado de un individualismo atroz y de un superego de los sentimientos.
Precisamente, la novela trata sobre la amistad verdadera en tiempos de individualismo exacerbado.
Por eso también se la he dedicado a mi amigo Jorge Vallejo, cuyos abuelos me convirtieron en lector porque me regalaban libros, sobre todo de Francisco Umbral. En definitiva, he relatado una historia de amistad en la que unos jóvenes que viven un poco al margen de los parámetros morales de esta sociedad contribuyen a cambiar el mundo con ese heterodoxo sentido de las relaciones personales.
La migración puede ser esperanza y refugio, pero también destierro, pérdida e incomprensión.
Claro. En la novela, un chaval exiliado a causa de una guerra cruenta es acogido en un piso de estudiantes. Le han arrancado su tierra y sus canciones de cuna, aunque ese forastero terminará cambiando para siempre la vida de sus amigos.
Hace poco recibió un reconocimiento en Huétor Tájar, se subió al estrado y dijo: "Donde la cultura era el alimento del alma, hoy el ego se devora a sí mismo en la impostura de lo superficial". Un "hoy" que alude a "la era del postureo, de la fugacidad y del espejo vacío".
Estamos viviendo en la dictadura de la imagen, que impone unos códigos que no son éticos ni morales. En esta sociedad capitalista, si no cumples una serie de premisas estéticas, te sitúas en los bordes y casi en la marginalidad. Por ejemplo, si no practicas deporte, otra de las grandes imposiciones, eres desterrado a los márgenes de la sociedad.
Yo viajo mucho y he observado que los pueblos tienen bibliotecas muy pequeñas y vacías, pero los gimnasios están llenos a rebosar. Por no hablar de la espiritualidad, otra plaga de Egipto que nos ha caído encima. Es la religión de la posmodernidad. Sin embargo, detrás del espiritual o espiritualista hay una persona con un ego desmesurado.
En ese contexto, ¿qué es hoy la cultura? ¿Acaso resistencia?
Yo lo entiendo como un ejercicio de resistencia y así lo traslado a los personajes de mi novela: Lis es una pintora y Samo, un aprendiz de escritor.
Pese a que usted ha estudiado Traducción e Interpretación, Literaturas Comparadas y Filología Hispánica, cree que "el mundo está lleno de borricos y borricas con títulos universitarios".
De hecho, en mi biografía del libro no se mencionan mis carreras universitarias, porque yo creo que el hábito no hace al monje. Ahí tienes a Francisco Umbral y José Saramago, a quienes admiro, dos autodidactas que han contribuido a engrandecer el idioma y a ensanchar las almas y los corazones.
Al escritor portugués, comunista y consagrado a una edad tardía, le dedicó el ensayo Saramago. El Nobel de lo imposible. Y en esta novela cita una de sus frases: "He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro".
En este mundo de egos, cada vez hay más personas que dan su opinión sin necesidad de que nadie les pregunte por ella, en un intento de imponer su criterio. Sin embargo, Saramago era partidario de la retórica y el debate dialéctico. Hoy en día, los jóvenes están muy derechizados, pero yo intento debatir con ellos, no colonizarlos. Saramago dio ejemplo toda su vida, al igual que Josefina Samper, Concha Carretero o Julio Anguita.
La amistad puede estar por encima de la ideología, pero ¿le gusta o le fascina algún autor o artista de derechas?
Muchos. Agustín de Foxá era un grandísimo escritor. A Julio Camba, que se fue derechizando, deberían leerlo todos los autores y periodistas. Martin Heidegger y Ezra Pound eran unos nazis, aunque reconozco la belleza de su contribución. Y a Antonio Escohotado le he dedicado muchísimo tiempo, sobre todo al análisis de Los enemigos del comercio, su trilogía en contra del comunismo.
O sea, que no le pesa la ideología a la hora de disfrutar de una obra.
En absoluto, porque creo que te limita mucho. Hay que separar la obra del artista.
Basquiat, Juan Latino y Nelson Mandela entroncan con Wadima, uno de los protagonistas de su novela. ¿Qué tienen en común?
Un origen racial y las ideas de emancipación y del cuidado del otro. Es decir, no importa que yo arriesgue mi vida con tal de que mis congéneres puedan aspirar a un futuro mejor.
En 2021 se hallaron en una fosa común los restos de su bisabuelo, el último alcalde republicano de Huétor Tájar. No había muerto fusilado, sino lobotomizado, según la familia.
Hay mucha gente que lo pone en duda, pero ahí están los análisis forenses de las pocas víctimas que han podido rescatar. El escenario de esas atrocidades fue el hospital penitenciario de Yeserías, bajo la supervisión de Vallejo-Nágera. A mi bisabuelo, Rafael Molina Mantas, lo ingresaron para operarlo de una supuesta hernia y, cuando salió del quirófano, cayó desplomado. Un compañero de celda reveló que tenía una cicatriz en la cabeza.
Su abuela no quería que usted se metiese en política porque temía que le pasase lo mismo que a su padre, el alcalde republicano. ¿Cuándo se borrará esa huella?
Desaparecerá con ellos. Y ya nos quedan muy pocos. Aquí en Granada, se nos murió hace nada Andrés Vázquez de Sola, ejemplo de valentía y una de las últimas memorias vivas.
Ahora que se cumplen cinco años, quizás recuerde aquel 25 de abril en el que no pudo presentar su disco Humana raíz por culpa del confinamiento provocado por la pandemia, que se llevaría por delante a Julio Anguita.
Julio Anguita fue norte, faro y guía, aunque él no lo quiso nunca y le molestaba mucho esa etiqueta. Él decía que teníamos que ponernos a estudiar y a trabajar, el mejor consejo de un viejo guerrillero, porque ser de izquierdas requiere una conciencia muy clara de lo que está ocurriendo y un análisis inmanente a las circunstancias históricas y sociales en las que vivimos. La muerte de Julio Anguita fue un mazazo tremendo, una gran pérdida para la izquierda y nos ha dejado bastante huérfanos.
Cuando ganó la Lámpara Minera en 2007, se la dedicó "a todos los trabajadores víctimas de la siniestralidad laboral". Ahora, por desgracia, han vuelto a la actualidad en Asturias.
Mi abuelo materno murió a causa de las secuelas de una caída en la obra. Tres tíos míos, dos de ellos camioneros, fallecieron trabajando. En fin, vengo de una familia marcada por la guerra civil y por la siniestralidad laboral. Cuando me dieron el premio en el Festival del Cante de las Minas, que nació en La Unión, escenario de grandes tragedias, mi conciencia me dictaba que debía dedicárselo a todos los obreros muertos.
Ha estado liado con Saramago, con esta novela y con los grados en Literaturas Comparadas y en Filología Hispánica: ¿para cuándo su próximo disco?
Algunos temas que estoy cantando en directo los transformaré en un disco, aunque tengo pendientes tres libros. La literatura, que la entiendo como hermana del flamenco, ahora me ocupa bastante tiempo, pero son entes paralelos.
¿Hay, pues, cante en su prosa?
Por supuesto. De hecho, parte de la prosa está medida en tiempo flamenco, concretamente en seguiriyas, algo que detectará el lector con cierto oído.
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