Opinión
Defender Europa, construir más Europa

Por Enrique del Olmo
Sociólogo
Hay un sector de la izquierda y el progresismo que considera que en el momento actual el principal problema que amenaza a nuestra convivencia y nuestra democracia es la política de rearme o seguridad que se están planteando desde la Comisión Europea y seguida por los principales países de la UE. Y esto se da en el momento en que una fuerza colonizadora Trump, junto a su best friend Putin y con el carnicero Netanyahu de avanzadilla, rompen todos los valores de soberanía nacional, convivencia democrática y respeto a los derechos y libertades colectivas e individuales. En un situación donde cualquier territorio es violable (Ucrania, Groelandia, Canadá, México, Panamá,…), donde los intereses económicos y geopoliticos del Make American Great Again priman sobre cualquier otra consideración, la respuesta de los sectores que históricamente se han situado en la izquierda y el progresismo centra su crítica y su llamada a la resistencia al intento de reagrupamiento de los gobiernos europeos en la política de seguridad frente a la agresión militar de Putin y a la nueva política de Trump de ruptura del multilateralismo y el derecho; evidentemente el abanico de posiciones en el rechazo al rearme es amplio y van desde los que ven un peligro de que los incrementos presupuestarios sean teledirigidos por la industria armamentista, a los que sinceramente defienden que el camino para la paz y el equilibrio democrático no pasa por el rearme sino por la movilización pacifista de la sociedad, pasando también por la utilización demagógica de las viejas pancartas que movilizaron a la sociedad contra la guerra, como señaló ajustadamente Rufián en el Congreso de Diputados y que hacen de la lucha de lo que han definido como economía de guerra el paradigma de su acción política. Sin embargo, es necesario reflexionar sobre el momento actual para no embarcarnos por atavismos culturales del pasado en una pérdida de visión de lo que tenemos por delante dañando la lucha por los valores que todos decimos compartir. Hay una parte de la “izquierda” que ha entrado en lo que brillantemente ha definido Josep Ramoneda como la “psicopatología de las diferencias”, buscar en todo momento y por encima de todo la diferencia con el resto de la izquierda del progresismo y de todas las fuerzas que podemos definir como liberales y democráticas. Esa búsqueda de la diferencia, no sólo daña la lucha contra las agresiones de todo tipo de la alianza Trump-Putin sino la defensa eficaz de quienes dicen querer defender -y esto es sumamente mas grave cuando además el “enemigo interno” los Orban, Meloni, Abascal, esta crecido apostando por el negacionismo climático y sanitario- la criminalización de la emigración, la reivindicación del machismo, la persecución de los colectivos no normativos y el ensalzamiento del autoritarismo a rebufo de Trump y de Putin.
Europa se encuentra amenazada como no ocurría desde hace décadas. Esa amenaza tiene diversos rostros, no solo militares, también existe el riesgo de una pérdida de identidad de la Unión Europea y de su fragmentación ante las fuerzas centrífugas que operan crecientemente en su propio seno.
La invasión de Ucrania en 2022 supuso el regreso de la guerra a gran escala al continente europeo. El intento de ocupar Kiev y derrocar al gobierno ucraniano fracasó, pero al coste de un enorme número de víctimas y de millones de desplazados. El régimen autocrático de Moscú ha utilizado la guerra como instrumento político en múltiples ocasiones en el último cuarto de siglo, Vladimir Putin solo conoce un lenguaje, el de la fuerza bruta. La presidencia de Donald Trump no solo ha significado el inicio de una pinza con Putin contra Ucrania, el comienzo de una guerra comercial arancelaria o de inaceptables amenazas imperiales contra Panamá, Canadá o Groenlandia.
Europa no tiene muchas alternativas. Estamos en unos tiempos en que no ser capaces de avanzar decididamente puede significar retrocesos radicales en las libertades, los derechos sociales y la seguridad europea. Defender Europa no se reduce a la necesidad de dotarse de los instrumentos defensivos y disuasorios suficientes para alejar el espectro de la guerra de agresión contra sus fronteras. Empieza en otro plano, el desarrollo del proyecto de la Unión Europea. Hace 20 años la renuncia a la Constitución Europea supuso un repliegue enormemente costoso que hemos pagado en estas últimas décadas. Se detuvo el proceso de construcción de una unidad federal que superara la regla de la unanimidad, que en la Europa de los 27 resulta paralizante y condiciona a la Unión a estar sometida al chantaje de algunos socios extremistas, como ocurre en este momento con la Hungría de Viktor Orbán. Reconstruir la UE como espacio de valores, de cooperación y de coordinación pasa entre otras cosas por romper la regla de la unanimidad evitando los boicots y frenos de los que trabajan para Trump.
Cada vez resulta más indispensable retomar el camino de una unidad política, económica, social y ecológica más consistente. Defender Europa tiene, indudablemente, en la época actual un componente muy importante de seguridad y de disuasión militar efectiva. Una dimensión que va más allá de la propia Unión Europea para abarcar a Gran Bretaña y a países que todavía no forman parte de ella. Una propuesta de defensa no puede ser una abstracción orientada a un mero rearme. Pero obviamente no sólo es seguridad y defensa es también: rediseño institucional, economías mancomunadas, política fiscal
Como decía recientemente Unai Sordo:
"Si Europa ha aprendido algo de su pasado, no puede equivocarse en esta disyuntiva. La argamasa que conglomera el proyecto europeo no cuenta de partida con el efecto de las identidades y vínculos atávicos que aglutinan las lealtades nacionales. Tal argamasa por tanto debe consistir en una ciudadanía y una democracia social. No habrá Europa en el marco de la fragmentación neoliberal. No se trata de ingenuidad ante el nuevo paradigma, sino de reforzar los únicos vínculos que pueden vertebrar un espacio común (…) Los años de las políticas de la austeridad fueron demoledores para la percepción de las clases trabajadoras y populares sobre la UE. Las políticas de devaluación de los salarios, de deterioro de los servicios públicos, contribuyeron a debilitar el cordón umbilical entre las condiciones materiales de vida y la conciencia de ser comunidad.”
En cambio, ante el drama de la pandemia y la crisis asociada fuimos capaces de encontrar una respuesta distinta, más expansiva, con recursos comunes mutualizados, que recuperaron de forma más rápida e intensa los niveles de crecimiento y empleo, pero que no fueron suficientes para corregir la percepción crepuscular que partes crecientes de la sociedad perciben del futuro, sea por razones objetivas o por percepciones subjetivas. A veces inducidas por los apologetas del desastre, la desinformación, y la construcción de realidades paralelas.
Es indudable que redimensionar los presupuestos militares de los países miembros de la Unión y de la propia Unión se ha convertido en una necesidad si se quiere garantizar la autonomía política y de seguridad. Ese aumento del gasto requiere una financiación que no tiene que ir en detrimento de los gastos y derechos sociales de los europeos. Existen diversos mecanismos que deben evitar un efecto de redistribución regresiva, buscando un equilibrio entre el aumento de la deuda, sin disparar el déficit a niveles excesivos, la recomposición de inversiones y la financiación impositiva, para la cual hay un amplio margen en Europa. Es necesario recordar que el Presupuesto de la UE es un magro 1% del PIB. Oponer seguridad europea a derechos sociales es un grave error, la orientación presupuestaria todos sabemos que es consecuencia de decisiones políticas, el incremento en políticas de seguridad no supone automáticamente, ni ineluctablemente el deterioro del gasto social, ni mucho menos, la crítica en abstracto no ayuda a orientarse en un sentido constructivo. Europa no se plantea ni debe plantearse una economía de guerra, como es el caso de Rusia, pero sí debe disponer de los recursos necesarios para atender a sus prioridades. El proyecto presentado por la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen no nos parece que plantee con claridad los objetivos y medios necesarios para atender las prioridades de Europa. Aunque tampoco debe negarse que constituye una primera manifestación de la voluntad de dar pasos adelante en el proceso de autonomía defensiva europea. Es indudable que las prioridades y formas de acción de las oligarquías europeas no merecen una confianza o un apoyo ciego, pero tampoco debemos olvidar que lo esencial en estos momentos es comenzar a fortalecer la seguridad europea y con ello un relanzamiento de una Europa democrática y social.
Hagamos posible que una Europa más democrática y social sea capaz de restringir el peso de las élites sobre el conjunto de las acciones públicas. Somos totalmente conscientes de que Europa está sometida a fuertes contradicciones internas y que sus élites dominantes muchas veces traicionan los valores democráticos e internacionalistas. Europa debe ser también un espacio para poner en primer plano la lucha por la legalidad y la justicia internacional, que es tan indispensable y necesaria en Palestina como en Ucrania. La tibia reacción europea ante la ruptura del alto el fuego por Netanyahu debería haber sido clara y contundente. Como debería serlo el apoyo a la investigación de los crímenes cometidos por el gobierno de Israel contra la población de Gaza.
Frente a la visión del mundo en que se mueven Trump y Putin es esencial la consolidación de los espacios democráticos. Es hora de denunciar a quienes amparan, toleran o justifican dictaduras o autocracias, o disculpan tácita o abiertamente agresiones bélicas, crímenes de guerra y actuaciones genocidas. Se consideren de izquierdas o de derechas forman parte de los enemigos de los valores que hacen posible la esperanza de un mundo democrático y con derechos sociales universales. La lucha entre las mayorías sociales y las oligarquías políticas y económicas también se desarrolla en el interior de las fronteras europeas.
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