Opinión
Los mastuerzos no se creen ni sus propias agresiones


Periodista y escritora
“Todo lo has conseguido de rodillas”, “Tu trabajo es chupar pollas”, "¿Cuánto cobraste por hacerle un trabajito a Fulano?”, “Estás ahí por mamársela al jefe”… Todas estas afirmaciones y similares son habituales cuando una mujer llega a ocupar un espacio en lo público, mucho más si es feminista y lo declara. Pero no es que esos mastuerzos crean las idioteces que rebuznan. De ninguna manera. Ellos saben que estamos donde estamos porque tenemos a nuestras espaldas una carrera, probablemente muy superior a la suya, una trayectoria laboral, y porque servimos para el trabajo que desempeñamos. Así es en el caso de la ministra y portavoz del Gobierno, Pilar Alegría. En los últimos días ha recibido tal aluvión de agresiones en redes que la ha llevado a afirmar: “Nunca jamás había visto tal torrencial de insultos, vejaciones, fotografías, montajes o acusaciones”.
Quienes mandan esos mensajes no creen realmente que ella haya llevado a cabo nada de lo que dicen, que ninguna de nosotras lo hagamos. De hecho, muchos de ellos lo publican y difunden de forma automática, sin pararse a pensar en lo que escriben, lo hacen como una forma aprendida de agresión. De eso se trata, de enseñar maneras de hacer daño a las mujeres con perfil público. Y de hacerlo públicamente. Es como cuando los miembros de Vox declaran a los cuatro vientos que “la violencia de género no existe”. Por supuesto saben que existe. Es más, me atrevería a decir que la mayoría de ellos la conoce de primera mano; solo necesitan echar una ojeada a su entorno. Sin embargo, se ven en la necesidad de repetirlo como una matraca. ¿Para qué? Para inventar una herramienta con la que hacernos daño y, digámoslo así, popularizarla. Es decir, para ejercer ellos mismos violencia de género. Porque, no nos quepa ninguna duda, negar la violencia de género es en sí mismo un acto de violencia de género.
En cuanto a los violentos que agreden estos días a Pilar Alegría, saben que está ahí por sus propios méritos, que su carrera es fruto de un trabajo sostenido. Todos esos tipejos no son nadie en sí mismos, uno a uno. Forman parte de un enorme engranaje social y político construido para castigar a las mujeres que nos atrevemos a ocupar un espacio en lo público, que difundimos nuestra voz, que salimos del pequeño ámbito privado donde les gustaría que permaneciéramos cocinando sus albóndigas. Son parte de un correctivo que cada vez parece más complejo y mejor engrasado.
“Pensé durante mucho tiempo que lo mejor era dejarlo pasar” —afirma la ministra Alegría—, “pero rápidamente pensé: si yo que soy una mujer política, que tengo voz política, me callo y no denuncio estos hechos, ¿qué mensaje le estoy trasladando a esas mujeres y niñas que son víctimas de insultos y vejaciones y que no tienen esa voz?”. Efectivamente, y esto va con un saludo a quienes nos suelen recomendar que nos callemos y no “entremos al trapo”. No nos callaremos ante su estrategia. Ellos no creen lo que escriben, ellos solo repiten frases y gestos aprendidos para castigar nuestra osadía. Ya no engañan a nadie, pobres diablos. Y claro que duele, duele vivir constantemente insultada, agredida, amenazada, para eso lo hacen. Pero cada vez duelen menos, porque vamos juntas.
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