Opinión
Que vienen los rusos


Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
En la rueda de prensa que dio en Helsinki, Pedro Sánchez reconoció que España había sufrido un ciberataque procedente de Rusia y que Rusia siempre ha sido una amenaza para Europa. Es una frase copulativa que, bien analizada, no va ni a la esquina, pero con menos alforjas se han declarado guerras, se han multiplicado presupuestos en defensa y se han inaugurado populosos cementerios. Teniendo en cuenta que Rusia es uno de los países que más invasiones europeas ha sufrido en los últimos dos siglos -en las guerras napoleónicas, durante la guerra civil rusa y en la segunda guerra mundial-, cabe la posibilidad de que Sánchez y sus asesores estudien historia contemporánea en el Canal Cocina.
Del ciberataque ruso tampoco es que se sepa mucho, pero cuanto menos se sepa, mejor, no vayamos a enterarnos de que Sánchez ha caído en el famoso timo de la anciana de Vladivostok que estaba enamorada de él y le prometía una herencia millonaria a cambio de unos miles de euros para agilizar los trámites. El timo, de momento, parece que vamos a pagarlo entre todos a base de un generoso cheque en blanco para los fabricantes de armas. Por lo visto, la última moda en ciberseguridad es comprarse un tanque y pasarlo por encima del ordenador cuatro o cinco veces: así los piratas informáticos se lo pensarán dos veces antes de volver a intentar robar datos.
De cualquier modo, ver a Sánchez disfrazado de sheriff de pueblo en Finlandia, mascando chicle y sacándole brillo a la estrella, le devuelve a uno la fe en la España una, grande y libre. Parece una reedición del Guerrero del Antifaz con corbata o de Jose Mari Aznar hablando con acento tejano mientras planta los zapatos en una mesa de Washington, sólo que más alto y más guapo. Hay algo extremadamente viril en estos hombretones que, sin tener la más puta idea de lo que es una guerra, están deseando meterse en una, pero de lejos, comiendo palomitas. Aznar, igual que Macron y Abascal, ni siquiera hizo la mili, y Sánchez sirvió en el Servicio Geográfico del Ejército, donde según él, no aprendió nada. A lo mejor es la primera verdad que ha dicho en su vida.
Pese a que el plan de rearme europeo va a tambalear la poca fe que aún le tenían a Sánchez sus socios de gobierno, también puede darle la confianza de quienes lo consideran básicamente un cobarde, un traidor y un pelanas. Por internet no paran de correr miles de comentarios de machotes que proclaman que hay que darle a Putin su propia medicina, audaces estrategas que sueñan con enmendar los errores de Napoleón y Hitler, planeando la enésima invasión de Rusia desde Instagram, Twitter y Facebook. Se ve que aún sentimos nostalgia del imperio romano, una época gloriosa que se reencarnó luego en Carlomagno y en Felipe II, olvidando, en primer lugar, que Europa se ha dedicado toda la vida a liarse a hostias consigo misma y, en segundo lugar, que ya no es más que un museo de antigüedades.
Por su parte, Rusia, como dijo Churchill, sigue siendo “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Tan misterioso que en 2022 Ursula von der Leyen aseguraba que el ejército ruso estaba tan hecho polvo que sacaba chips de los lavaplatos, y ahora, después de tres años de combates, dice que se ha convertido en un peligro tan grande para el continente que necesitamos 800.000 millones de euros para hacerle frente. Con estrategas de este calibre a los mandos, no hay duda de que otra cosa no, pero la guerra va a ser muy divertida. Tampoco se entiende muy bien qué quería decir Sánchez en Helsinki al agradecer que se esté planeando “un planteamiento de seguridad de 360 grados”. En la geometría que se llevaba en mis tiempos, eso era quedarse en el mismo sitio, pero vete a saber qué significa ahora, cuando los tanques se arreglan con lavaplatos.
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