Opinión
Cuando los Village People actuaron para Trump


Por Paco Tomás
Periodista y escritor
Ver a un grupo musical icónico para la comunidad gay, desde los años setenta del siglo pasado, actuando para un homófobo arrogante que, casualmente, es el primer presidente delincuente de los Estados Unidos, es un síntoma de la infección que está asolando todo el planeta de una manera estrepitosa. Me atrevo a decir que el virus del ultraliberalismo y la bacteria del anarcocapitalismo -los hijos con estudios del fascismo- provocan una enfermedad infecciosa, de rápida propagación, que va a dejar más muertos que cualquier otra pandemia sanitaria. Porque matar también es hacer la vida imposible.
Escuchar a Victor Willis, voz solista de Village People y único componente de la formación original, decir que Y.M.C.A. no es un himno gay, que la banda no era una banda gay y que demandará a todos aquellos que lo afirmen, también es un indicio de esa necesidad de alterar el relato que necesita el nuevo nazismo para imponer el estado de terror en el mundo, ochenta años después.
Mientras espero la demanda de Willis os recuerdo que no es que Village People fuera solo una banda creada y dirigida al público gay; es que vendieron millones de discos en todo el mundo gracias a eso. Willis nunca se quejó de formar parte de un grupo musical lleno de estereotipos maricas y con letras de canciones claramente dirigidas al público homosexual. No lo hizo porque le daba dinero. Cuando eso dejó de ser rentable, Willis comienza a hacer declaraciones hablando de "nicho de mercado" y de cómo esa fama (buscada) que le otorgó ser un grupo musical marica estaba rebajando el éxito del grupo. Por lo tanto, ¿qué razón tiene Willis para cantar delante de Trump? La única que entiende la tecnocasta de Silicon Valley: la económica. El dinero es su Dios.
Es cierto que Village People no es, literalmente, un grupo musical homosexual porque de sus seis componentes, solo dos eran abiertamente gais: Felipe Rose, que iba vestido de jefe apache, y Randy Jones, el cowboy. Pero los creadores de la gay band, los productores Henri Belolo y Jacques Morali, sí utilizan todos los referentes y estereotipos de la cultura gay post Stonewall para crear la banda. Su mérito precisamente está en conseguir que ese producto tan marica se convirtiera en un fenómeno mainstream. Podríamos decir que se utilizó la cultura gay para hacer caja pero eso, aunque pueda ofendernos hoy, no le resta importancia a lo que significó a finales de los años 70.
Ante la homofobia interesada que destila Victor Willis solo añadir unos datos:
Village People quiere decir "gente del Village". O sea, gente del Greenwich Village, el barrio LGTBIQ+ de Nueva York, donde los productores Belolo y Morali encontraron por la calle a Felipe Rose vestido de gran jefe indio y lo siguieron hasta un bar gay, el Anvil, donde actuaba de gogó. Así nació la banda.
En su primer álbum, de 1977, hay un tema dedicado a la ciudad de San Francisco, capital gay mundial, y otro a Fire Island, paraíso gay en la costa sur de Long Island.
En su segundo álbum aparece Macho man -otra de las canciones favoritas de Donald Trump- que es un canto a un modelo de masculinidad hipersexualizada por la comunidad gay y un tema titulado Sodoma y Gomorra.
En el tercer álbum está Y.M.C.A., letra que le encargan los productores a Willis cuando se enteran de que los albergues de la Young Men’s Christian Association, que eran muy baratos, son utilizados por la población gay para hacer cruising (sexo en lugares públicos), nombre que le dan, por cierto, a su tercer álbum.
No sé pero, si todo alude a lo marica, lo mismo es que era marica.
La lección que los antifascistas debemos aprender tras ver a Trump bailando Y.M.C.A., como el mono con platillos que aparece en el cerebro de Homer Simpson cuando no piensa en nada, es que ellos también pueden reapropiarse de nuestros símbolos y referentes y resignificarlos. Aunque su motivación sea abusiva, desaprensiva e indecente, pueden hacerlo. Por eso Y.M.C.A. es reinterpretada por Trump como un himno a los jóvenes de la clase trabajadora y Macho Man como un canto machista. Y lo hace con la complicidad de Victor Willis, el letrista al que le compensa arrimarse al poder, por inhumano que sea, que enfrentarse a él. Pero vamos, si un multimillonario como Zuckerberg lo ha hecho, ¿qué le vamos a exigir a la inestabilidad económica de Willis?
La máxima capitalista de "todo tiene un precio" adquiere aquí un potencial político. Trump se apropia, a cambio de dólares, de toda una iconografía marica, extraída de las ilustraciones de Tom of Finland, de los cuadros de George Quaintance y de la revista beefcake Physique Pictorial, para que el policía, el obrero de la construcción, el militar, el cowboy, el indio y el motero, bailen con él. La clase trabajadora bailando con Trump mientras los hombres más ricos del mundo se frotan las manos.
¿Cómo explicarle a una sociedad que hemos acunado con nanas de ambición y éxito económico que no todo tiene un precio, que nuestra dignidad es lo único que los ricos no pueden comprar? Hemos amamantado varias generaciones de monstruos instigados por la ambición. Hemos creído que era positiva, que incentivaba, que impulsaba a las personas que deseaban cambiar su realidad a que vieran oportunidades donde los demás veían obstáculos. Una persona sin ambición era una persona que no progresaba, que no interesaba al sistema.
Puede que la ambición mueva al mundo, pero salta a la vista que lo está moviendo en la dirección equivocada. Por eso hay que volver a colocar sobre el tablero la lucha de clases. Porque nuestro deseo, como el de Victor Willis, de prosperar, de ganar más dinero, nunca debe convertirnos en seres despiadados con los demás ni transformarnos en personas nada incómodas para el poder y sospechosamente amables con quienes lo ejercen con crueldad. Luchemos por mantener el relato histórico que los vencidos y los márgenes hemos logrado defender tras siglos de invisibilidad. Porque tengo la sensación de que se lo estamos poniendo muy fácil a los ricos.
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