Opinión
Crepúsculo y Zahorí


Escritor. Autor de 'Quercus', 'Enjambre' y 'Valhondo'.
Para combatir, en el colmo de los colmos, la adicción patológica al teléfono móvil que nos esclaviza robándonos el tiempo y la vida, acaba de salir al mercado, con notable éxito, una especie de caja fuerte o de bloqueo, en la que metes el móvil, programas su cierre de cero a 99 horas y ya no la puedes abrir aunque se hunda la tierra. Así, ese tiempo sin teléfono y sin sus mil aplicaciones, podrás destinarlo... a disfrutar de la vida. Este texto va dedicado a vosotros. Para aprender a mirar del otro lado de la cajita.
El sol se ha echado a lomos de la sierra, cabalgándola durante unos segundos, y se ha puesto la tarde por montera. La tarde, el cielo, las nubes. Recortando sus siluetas, sol y sierra, entrelazadas ahora, y pintando el horizonte de sangre y fuego: primero rojo, luego granate y, cuando ya cae del otro lado, morado y violeta.
Un incendio de luz y color —la atmósfera que arde, que abrasa, que quema—, para apagarse mansamente. Al amor del giro sideral de las agujas del planeta. El amor, fugaz, tendidos uno sobre otro, del astro y la montaña. Efímero porque lo verdaderamente extraordinario de esta vida siempre es efímero, nunca duradero. Porque no puede serlo. Abrazados hasta que la noche, que es negra y es la muerte, os separe. Hasta que la muerte os separe.
Instantes antes, en el transcurso de tiempo que el sol ha tardado en retirarse, desde que ha comenzado a rozar, a acariciar la cresta de la sierra, ha lanzado haces de luz sobre el valle, convirtiendo el verde de las jaras, de las encinas, de los robles melojos y del espino albar, en oro. Un bosque radiante en cuyo aire flotan partículas de polvo, granos de polen, pequeños insectos, diminutas semillas. Volando en cada haz de luz. Haces de luz. De oro. Virutas de oro nadando en el aire. Invisibles hasta ese preciso momento y que se van diluyendo despacio, muy lentamente, para desaparecer cuando el sol apaga sus rayos, clausurando el día, y deja de iluminar este lado de la Tierra. Un espectáculo extraordinario. Un milagro que solo han visto algunos hombres y mujeres. Los que disponen de tiempo. El resto están muy ocupados y no pueden detenerse con estas simplezas. Y llevan razón: es lo más simple de la naturaleza. Sol naciente, sol poniente. Cuando la vida ya se te escape de las manos, igual que se escapa el agua entre los dedos, lamentarás no haberlo visto; pero ya será demasiado tarde. ¡Tempus fugit!
Sin embargo, mañana habrá un nuevo pase para el espectáculo. Con entrada libre, gratuita, hasta completar el aforo. El aforo de medio planeta. Luz o penumbra. ¿Te apuntas? Un nuevo pase si las nubes te dejan. Si el cielo no se achubasca y echa el telón de cierre y te quedas sin tarde de fuego, sin haces de oro, sin sol recortado por las riscaleras de la sierra.
Al poco ya está ahí Venus. Como un farito en el mar oscuro del firmamento. El lucero del alba y el lucero del ocaso. Tú eliges: aurora o crepúsculo. Igual que esa luciérnaga del zarzal que se enciende a mi paso. La luciérnaga del zarzal en el espesinar de la noche. De mi noche. Barcazas del universo apagado, guiadas por el faro del lucero de todos nuestros sueños.
Después sale Júpiter, la estrella Polar que imanta la brújula de los corazones y la Osa Mayor, con su carro de largo varal cargado de estrellas, pero sin bueyes. Andrómeda, Orión, Casiopea… Y, a poco que te descuides, estarás debajo de la Vía Láctea —río de luminosa leche que amamanta y da vida a la galaxia—, para sentirte más pequeño e insignificante que una hormiga. Un ser ridículo para ser tan engreído. Un puñadito de moléculas. De moléculas inconsistentes. Si, por un azar, cruzara ante tus ojos en ese preciso momento una estrella fugaz caída de la lluvia de Perseidas, no me preguntes por qué mis ojos son también un mar. Un océano de lágrimas inundado de belleza. Agua, agua, agua. Como la que buscaba el tío Helio en las entrañas de la montaña.
El tío Helio dedicó su vida al oficio de zahorí. Descubriendo, casi olfateando, las corrientes de agua del interior de la tierra. Las venas, para decidir dónde clavar el rejo. Es decir, dónde hacer el pozo, sea a mano, con pico y pala, o a máquina. Señalar el lugar exacto para pinchar y que brote el agua igual que un manantial. Tarea complicada, arriesgada. Sobre todo si el agua, como suele acontecer, es escasa. Un bien escaso. Dicen los sabios que el agua será el oro del futuro. Más cara que el petróleo. Porque los bienes tienen mayor valor y se encarecen exponencialmente por la escasez. Mira la vida, con su precio impagable, cuando ya se te acaban los días. Desaprovechados días, siempre pendientes de ese… El tío Helio acertaba más en la sierra que en el llano. No porque fuera esa su tierra y tuviera allí la querencia. Sino porque en la sierra hay más agua y es más fácil dar con la vena. En el llano se complica, y muchos de los litigios que tuvo a lo largo de su vida al marrar con el agujero fue por esas llanuras secas.
Como bien sabrás, la herramienta del zahorí es una horquilla en forma de i griega. La del tío Helio era de olivo, aunque pueden ser de avellano o de fresno. Con cada mano se agarra uno de los brazos de la “Y”, como si fueran los cuernos de un toro o de una bicicleta. Después la colocas en horizontal, a tres palmos del suelo, medio a ras, y empiezas a registrar la tierra de acá para allá. Cuando la punta de la vara se inclinaba hacia abajo o empezaba a vibrar, es que ahí estaba el agua. Según contaba el tío Helio, ese imán que se manifestaba con la vibración de la vara le subía por los brazos y le llegaba hasta el corazón. Momento que entraba en una especie de trance, se le ponían los ojos vueltos, sin atender ya a razones ni a nadie, por mucho que le hablaras, porque estaba en otro mundo. En el mundo ciego de las aguas subterráneas. En su ensoñación profunda y acuática.
En plena sequía, ganó un buen dinero y se permitió comprar un péndulo esférico de cuarzo rosa, con la punta tallada. Un dineral. Parece que lo estoy viendo en pleno manejo. Pero el péndulo a él no le sirvió. Por mucho que le dijera el vendedor de la capital que lo tenía que poner a bailar —a oscilar— mirando siempre el sol naciente. Que la ciencia del péndulo para dar con la corriente del agua solo funciona si los rayos del sol naciente entran y se reflejan en el cristal de cuarzo de la esfera. Puede que fuera muy científico y difícil de rebatir, no lo niego, pues el vendedor le echaba un sermón con cálculos matemáticos sobre la inclinación del eje de la tierra y no sé qué cuentos fantásticos, pero el agua no se encontraba. El agua no brotaba que era, siendo prácticos, lo que interesaba. Quizás porque la varilla de olivo del tío Helio, más que de ciencia era cosa de magia. Un hechizo que hermanaba la corriente de agua del interior de la tierra, por honda que estuviera, con su varilla, sus manos, sus brazos y su alma. La hondura del alma.
Cuando ya era muy viejo y había dejado el oficio, poco antes de entrar en la residencia, las embarazadas se presentaban en su casa para que el tío Helio les adivinara el sexo del hijo que llevaban dentro. Esto lo cuento y doy fe de ello, porque yo mismo fui testigo en una ocasión con una vecina.
Lo más curioso es que no era necesario que llevara muchos meses preñada. A la primera falta, acudían “encá” el zahorí. Es decir, ni barriga ni nada. Para su barrunto, arcano y prodigioso, no le hacía falta. La tumbaba en el poyo de la cocina, junto a la lumbre, ponía su mano sobre el vientre de la mujer, pedía silencio y cerraba los ojos. Pasados unos minutos, los ojos comenzaban a moverse por detrás de los párpados, señal de que entraba en trance, y los dedos a vibrar en un temblequeo constante. Luego la mano y el brazo. Ascendiendo como un calambre. Buscando la naciente de su espíritu. Hasta que la retiraba del vientre, abría los ojos y, con mucha expectación y solemnidad, decía si era un niño o una niña.
Por eso repito, que, lo del tío Helio, más que ciencia era encantamiento. Anunciar el sexo de los muchachos antes incluso de que lo descubriera el propio cuerpo, igual que adivinaba por dónde fluían las corrientes de agua subterránea, era pura hechicería. Ya digo: poca ciencia y mucha magia. Igual que la poesía.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.