Opinión
Dos multimillonarios narcisistas entran en un bar…

Por Barbijaputa
Periodista
Si algo nos ha enseñado la historia es que un hombre con complejos siente a menudo que, para agrandar su ego, debe expandirse. A estos especímenes suelen sufrirlos su entorno cercano y su vecindario. Si por cosas y herencias de la vida, ese hombre amasa indecentes cantidades de dinero, el peligro ya no es solo para su familia y colindantes; su capacidad para hacer daño, contaminar y ejercer presión en política puede llegar a ser, por momentos, ilimitada. Imaginemos que, por lo que sea, no hablamos solo de uno, sino de dos… y que se alían entre ellos. Y que este dúo improbable no solo tiene dinero, sino los mandos de uno de los países más extensos y poderosos del mundo. Esta coyuntura, que parece sacada de un guión malo para peli distópica de bajo presupuesto, tiene nombres y apellidos en la vida real, y ante ella pueden ocurrir muchas cosas, pero sobre todo dos: o la unión Trump-Musk lo acaba devorando todo o se acaban devorando entre ellos. Puede también que ocurra una tercera, y es que al devorarse entre ellos, arrasen con todo lo demás.
Ahora mismo viven un idilio y ambos se sienten en un mismo bando, pero el narcisismo y sus egos son un elemento que puede desestabilizar la relación, y teniendo en cuenta la volatilidad de Trump, puede hacer explotar este enamoramiento en el minuto menos pensado. Si un narcisista te hunde la vida, imagina cómo debe de ser una relación formada por dos narcisistas.
Pero, de momento, centrémonos en este artículo en analizar lo que sí ha pasado hasta el momento: dos fascistas disfrazados de “salvadores digitales” y “paladines de la libertad”, en cuestión de semanas, han sentido que su propio país se le ha quedado pequeño y están usando sus propios medios (que no son pocos) para desestabilizar la política y las sociedades de otros países. Países que -y aquí estarán de acuerdo conmigo hasta los trumpistas- no saben situar en un mapa.
Era bastante previsible que España, en algún momento, estuviera en su punto de mira. Y desde que se han enterado de quiénes somos realmente (después de algún despiste sin importancia), estos herederos de multimillonarios han decidido que a quienes debemos votar las precarias en España es a Vox, para más señas, a Santiagou Obescal. El asunto daría pa pipas si no fuera porque en Alemania, donde la ultraderecha no triunfaba desde 1945, se proclamaron como segunda fuerza los nazis de AfD, con un 20% de los votos.
Para ellos, el mundo no es más que un tablero del Risk y la gente que lo puebla… pues piezas sin humanidad, trozos de plástico -que ellos pretenden ordenar por colores- que no tienen la misma capacidad de experimentar emociones y realizar reflexiones profundas que ellos. Supremacismo, vamos. Que los magnates hayan elegido a Vox ha sido más que esperable: para empezar han sido los únicos que han ido a abanicarlos a EE.UU., y segundo, son la vía rápida para llevar aún más lejos el discurso ultra, antifeminista y xenófobo. Este apoyo de los multimillonarios a Vox le ha sabido a gloria, claro, que si por ellos fuera aún recibirían a los yankis cantándoles eso de “Americanos, os recibimos con alegría”, porque son impíos con quienes no tienen nada, pero serviles y sumisos con quienes lo tienen todo. Para Vox, este apoyo es munición electoral, para Trump y Musk es como agrandar el tablero de su juego y esperar a ver qué pasa: si el conflicto vende, ¿qué mejor que alimentar la polarización y las tensiones para luego mirar desde la platea cómo se incendian las redes, los debates, las relaciones sociales y las urnas? Imagino que para ellos es divertido ver cómo las piezas del tablero se devoran entre ellas por cosas que ellos han dicho o han hecho. A veces, no tienen ni que mover un dedo, porque ya lo hacen de forma automatizada su propias plataformas de desinformación, con el inestimable apoyo de más y más plataformas y redes con sede en Silicon Valley.
Estos dos “libertadores” apoyarán a cualquier partido extranjero que priorice los derechos de unos pocos y se pase la igualdad, en cualquiera de sus formas, por el forro. Si para ello hay que ensalzar incluso a un estafador y su motosierra, pues se hace. Y hasta se disfruta.
El resultado pocos meses después de ganar las elecciones en Estados Unidos es una injerencia política directa en democracias alrededor del mundo, que si bien la palabra “democracia” ya nos estaba quedando muy grande a algunos países, no cuesta mucho imaginar cuánto puede inclinarse la cuesta abajo. Porque sabemos que quienes carecen de empatía y, por supuesto, de vocación de servicio, nunca serán buenos gobernantes, sí, pero es que aquí hablamos ya de otra cosa, de algo mucho más peligroso. Quienes no tienen vocación de servicio y están en política, directamente intentan enriquecerse, trabajar poco, hacer el paripé, en fin, lo que ya conocemos, pero aquí hablamos de gente sin empatía que sí tiene ganas de hacer cosas con la población, y no es precisamente robarles, porque de eso ya tienen, y les da igual. Los magnates pierden el interés en ganar más dinero cuando dejan de saber pronunciar la cifra que poseen. A esas alturas ya hace rato que su único interés es el poder. Y es ante lo que estamos: dos ricos que quieren moldear el mundo entero a su gusto. Y ese gusto es en blanco y negro, por mucho que finjan cara de mirar al futuro. Esta pareja no solo que ignoren profundamente los problemas de la mayoría social, sino que odian profundamente a esa mayoría social: las del segundo sexo, las que tienen discapacidad, las que no tienen pasta (esta porción de gente es casi que la peor) y demás sectores que, en definitiva, sumamos la inmensa mayoría del mundo. El desprecio que sienten por las precarias aquellos que nunca conocieron a nadie que no llegara a fin de mes puede ser muy fiero. Si hablamos de Trump y Musk, ese desprecio ya da miedo… Porque en la mente de estos herederos, como buenos liberales, es que quien no llega a fin de mes es porque no se esfuerza lo suficiente, porque no quiere, porque prefiere ser un vago y vivir del Estado o vivir de los demás. Y no hay que estar tan alto como ellos en la lista Forbes para tener estos prejuicios, el propio Partido Popular ha dado incontables pruebas de que piensan exactamente eso, y mi ejemplo favorito siempre será este artículo de Mariano Rajoy en 1984.
Pero el ascenso al poder de los narcisos -porque Trump y Musk no son los únicos, como sabemos- no llega de la nada. Solo si la dejación de la izquierda puede crear el caldo de cultivo perfecto para que esto ocurra. Negarlo sería admitir que el fascismo viene cuando quiere y se queda cuanto le place. La izquierda española que ha tocado poder sin ir más lejos, ha estado más dedicada en disputas internas e intrigas palaciegas (además de en leyes fiasco por las que ni se han disculpado ni esperamos disculpas, como la ley del Solo sí es sí, la ley trans, etc.) que en conectar con las preocupaciones reales de la población. Este alejamiento de los problemas cotidianos y de las demandas de la ciudadanía, claro, lo vieron devuelto en las urnas. Tampoco atacar a tu propio electorado cuando no se cumplen las promesas parece la mejor de las estrategias, sin embargo, Unidas Podemos es lo que ha venido haciendo hasta desangrarse. Y en esa linde sigue. En esa linde que ya acabó hace rato. No ha habido mucho cambio en Sumar en cuanto a las reclamaciones, en concreto, del feminismo… Quizás muchos menos insultos directos a su propio electorado, pero el de la izquierda es un voto muy reflexionado, muy crítico, no vamos a votar como quien ficha en el curro, y sabemos cuándo nos están insultando aunque no nos lo griten directamente en Twitter. No sé cómo llamar al pacto con su socio de gobierno, el PSOE, para no legislar ni sobre el sistema prostituyente ni sobre los vientres de alquiler. También nos tomamos como insulto la gestión del caso Errejón, que no vamos a olvidar.
Este vacío en la izquierda, por llamarlo de alguna manera, ha sido capitalizado por la ultraderecha. Y no solo ocurre en España. Por poner unos ejemplos, Meloni en Italia se ha encargado de ser la que legisle lo que nunca abordó la izquierda italiana: la explotación reproductiva de las mujeres, y lo hizo por los motivos equivocados, claro. Milei en Argentina y Trump en EE.UU., por su parte, han agitado la hormonación a aquellas niñas y niños que han sido etiquetados como “trans”, pero lo han hecho por sus propios intereses, igual que ha ocurrido con la expulsión de varones del deporte femenino.
En muchos temas, las mujeres nos hemos quedado solas. Por un lado tenemos a la ultraderecha, con tipos condenados por abuso sexual como Trump, o conocidos por comprar bebés, como Musk, diciendo que han venido a salvarnos de la luz de gas que nos está haciendo la izquierda. Y, por otro lado, tenemos a la izquierda, agarrada a la pseudociencia de que existen muchos más sexos que solo dos, y que el género no es una opresión, sino algo elegible, como en los libros de “Elige tu propia aventura”.
Para revertir esta tendencia, la izquierda tiene que reconstruir la confianza ciudadana, tiene que saber contestar (y ser coherente con sus respuestas) a las preguntas y peticiones de la gente, debe abordar sus divisiones internas dejando los egos a un lado (este escollo está complicado) y ofrecer soluciones tangibles a los problemas que realmente afectan a la sociedad. Y, sobre todo, dejar de fingir que las mujeres no tenemos problemas concretos por el hecho de ser mujeres. Aunque solo sea por el hecho de que somos el 52% de la población, y votamos.
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