Opinión
Trump se atasca en su guerra arancelaria global


Por Pedro Barragán
Economista y vicepresidente de Cátedra China
Apenas días después de asumir su segundo mandato en enero de 2025, Donald Trump ha reactivado con fuerza su agenda proteccionista, más agresiva y unilateral que en su primer paso por la Casa Blanca. Su discurso comercial ha dejado atrás cualquier intento de diplomacia: su nuevo enfoque es castigar, imponer y marcar territorio. Ya no se trata solo de denunciar el "comercio injusto", sino de redibujar por la fuerza el sistema global de intercambio, colocando a Estados Unidos en una posición dominante, incluso a costa de sus aliados.
El nuevo Trump no busca negociar. Quiere doblegar. Y lo deja claro desde el primer momento. El 30 de enero lanza un arancel del 25% sobre todas las importaciones procedentes de México y Canadá, países con los que Estados Unidos comparte no solo fronteras, sino una profunda integración económica. La justificación: acusaciones sin pruebas sobre su responsabilidad en la crisis del fentanilo. Es una señal inequívoca de que en la era Trump 2025 la lealtad no garantiza inmunidad.
La ofensiva arancelaria no se detiene ahí. En febrero, Trump impone un arancel del 10% a China, que a continuación dobla al 20%, utilizando el mismo argumento del fentanilo, pese a que Beijing tiene una política interna de tolerancia cero hacia las drogas y carga con la memoria histórica de las guerras del opio. A medida que avanza el mes, el conflicto escala: nuevos aranceles del 25% al acero y al aluminio —que afectan sobre todo a Europa, Canadá y México— y, en marzo, un arancel del 25% sobre todos los vehículos importados que no se fabriquen en territorio estadounidense.
Trump convierte los aranceles en su principal herramienta de política exterior. El conflicto llega también a Venezuela: tras un acuerdo con Maduro para deportaciones, anuncia que gravará con un 25% a los países que importen petróleo venezolano, apuntando directamente a España y China. En paralelo, arremete contra empresas chinas como Shein y Temu por comercio electrónico.
El "Día de la Liberación" y el terremoto financiero
El 2 de abril, Trump eleva la tensión al máximo. Declara en la Casa Blanca el "Día de la Liberación Económica" y proclama una nueva era: Estados Unidos impondrá un arancel general del 10% a todas las importaciones sin excepción, acompañado de tarifas específicas a ciertos países. China es el objetivo principal: todos sus productos pasan a estar gravados con un 54%, porcentaje que luego escalará.
También se ven afectados países como Vietnam (46%), Taiwán (32%), India (26%), Japón (24%), Corea del Sur (25%), Tailandia (36%), y la Unión Europea (20%). A pesar de no aparecer en la lista punitiva, México y Canadá siguen bajo presión por los gravámenes a sus industrias automotriz, de acero y aluminio.
Trump intenta presentar esta batería de medidas como un acto de "restauración del equilibrio comercial". Pero la reacción del mundo no tarda. El 3 y 4 de abril, los mercados bursátiles se hunden: el Dow Jones pierde un 9,48%, el Nasdaq un 11,79% y el S&P 500 cae un 10,81%. Los inversores corren hacia los bonos del Tesoro como refugio, lo que inicialmente baja sus rendimientos.
El bono a diez años cae al 3,86% el 4 de abril, nivel no visto desde octubre de 2024. Trump lo celebra como si fuera parte de su plan: "El crédito será más barato", afirma. Pero la ilusión dura poco.
China responde: aranceles, restricciones y una postura firme
El 9 de abril, China responde con un contraataque arancelario del 34% a productos estadounidenses. Además, impone controles a la exportación de tierras raras, minerales clave para sectores como defensa y tecnología. El golpe es duro: pone en jaque la producción del avión de combate estadounidense F-47 y sacude toda la industria militar.
Ese mismo día, el mercado de bonos da un giro radical. Los inversores pierden confianza en la deuda estadounidense. El rendimiento del bono a diez años se dispara hasta el 4,5% en pocas horas, su mayor subida en un día desde la crisis financiera. El bono a 30 años llega al 4,92%, registrando su mayor escalada desde 1982.
Este colapso financiero obliga a Trump a recular. En una publicación en Truth Social la tarde del 9 de abril, anuncia una pausa de 90 días en los "aranceles recíprocos" para todos los países, excepto China. El nuevo plan mantiene un arancel base del 10%, pero suspende otras medidas punitivas mientras continúan las negociaciones.
La excusa de Trump es llamativa: "El mercado de bonos es muy complejo. Anoche vi que la gente se estaba poniendo nerviosa. Se ponía nerviosa, asustada".
A la vez que reduce presión sobre algunos socios, eleva aún más los aranceles a China: primero al 125%, que luego confirma al 145%. El mercado de los bonos y la devaluación del dólar se detienen. Pero China responde elevando sus aranceles a los productos norteamericanos hasta el 125%.
La Reserva Federal interviene, pero la confianza se resquebraja
El viernes 11 de abril, la deuda ya sobrepasa los niveles del miércoles que doblegaron las decisiones de Trump y la Reserva Federal interviene para contener la crisis. Ya había reducido el ritmo de desinversión en bonos, pasando de 25.000 a 5.000 millones de dólares mensuales, y ahora busca estabilizar el mercado. Sin embargo, el daño está hecho. La confianza en los bonos del Tesoro se tambalea, y los inversores institucionales están diversificando sus carteras, reduciendo el dólar y buscando activos alternativos.
Este mismo viernes, la rentabilidad del bono a diez años sube al 4,4%. Es la peor semana para los bonos del Tesoro desde la pandemia de 2019. El desplome coincide con el hundimiento de la confianza del consumidor, que cae un 11% según la Universidad de Michigan, afectando a todos los grupos sociales y regiones del país.
La intervención de la Fed pone de manifiesto su dilema: necesita frenar la sangría sin alimentar la inflación, en un contexto de expectativas desancladas y mercados sumidos en el caos de la política arancelaria de Trump.
El punto muerto con China
Mientras Trump se ve obligado a retroceder, China refuerza su posición. Pekín mantiene que no quiere una guerra comercial, pero responde con firmeza. Impone aranceles del 125 % a productos estadounidenses, incluye empresas en su lista de entidades no fiables y presenta una demanda ante la OMC.
El Ministerio de Cultura y Turismo emite una alerta para viajeros chinos en Estados Unidos, y el Ministerio de Educación lanza una advertencia para quienes estudien en el extranjero. China señala que seguirá defendiendo su soberanía y sus intereses "con firmeza y determinación".
Trump, por su parte, queda atrapado en su propia trampa. Necesita negociar, pero ha construido toda su narrativa sobre la imposición unilateral. Busca que China pida un acuerdo, pero China exige respeto y reciprocidad. "Son gente muy orgullosa", dice Trump, dejando entrever su frustración.
El portavoz del Ministerio de Comercio chino lo resume con claridad: "Si Estados Unidos quiere dialogar, nuestra puerta está abierta. Pero no bajo presión ni amenazas".
Una retirada disimulada y una lección costosa
Durante el fin de semana Trump no vuelve a mencionar a China, ni vuelve a subir los aranceles para quedarse por encima. El viernes por la noche, el sábado para el resto del mundo, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, encargada de aplicar los aranceles a las importaciones, publica de forma discreta una nueva excepción dentro del cambiante y poco predecible esquema arancelario de Trump: teléfonos móviles, ordenadores, chips, discos duros y otros componentes electrónicos que Estados Unidos no produce localmente han quedado fuera de los nuevos aranceles impuestos por la Administración Trump en el marco de su guerra comercial global. El arancel del 145% a las importaciones procedentes de China se elimina para el grueso de las mismas (al menos 127.000 millones de dólares), reconociendo que muchas de estas importaciones son esenciales para los consumidores y las empresas norteamericanas y no tienen sustituto local.
La presión del mercado, la respuesta de China y la falta de apoyo internacional han obligado a una retirada táctica. Trump ha demostrado que es capaz de escalar el conflicto sin prever las consecuencias. Y cuando éstas llegan, retrocede sin admitir los errores.
En menos de diez días, la política comercial de Trump ha pasado de la ofensiva total a un repliegue apresurado. El "Día de la Liberación Económica" ha dejado como saldo un mercado financiero sacudido, una Reserva Federal forzada a intervenir y una economía en alerta.
Los aranceles vigentes al 9 de abril son un rompecabezas: 25% al acero y aluminio, 25% a vehículos, 10% general a todas las importaciones, 145% a productos chinos (ahora ya con grandes excepciones, a las que se espera se vayan sumando nuevos grupos de productos que la sociedad norteamericana está exigiendo, como todos los de la industria farmacéutica), y amenazas pendientes sobre el crudo venezolano.
El resultado es claro: el deterioro de la confianza global en la economía estadounidense. Si los bonos del Tesoro dejan de verse como refugio seguro, el rol de Estados Unidos como ancla del sistema financiero mundial se debilita. Y la credibilidad, una vez erosionada, es difícil de recuperar.
Trump ha querido demostrar fuerza, pero lo que ha mostrado ha sido vulnerabilidad.
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